Es cierto, son muchos los dolores de cabeza que el Movimiento Antorchista en Puebla provoca a los funcionarios de distinto nivel, a ciertos grupos de poder y a partidos conservadores y antipopulares. Es cierto, al poder no le gusta que nadie cuestione su fortaleza, no le gusta que nadie disienta de él, no quiere que nadie se atreva a alzarle la voz y, mucho menos, tolera que se le pongan al “brinco” aquellos a quienes ellos consideran seres inferiores; y el accionar de las masas, en Puebla y en la ciudad capital, no sólo le causa cefalea, sino seguramente mialgias, peristalsis acelerada y muchas otras alteraciones fisiológicas.
Como reacción a nuestro trabajo para organizar al pueblo, ya tiene rato que padecemos una campaña mediática furiosa y, aunque algunos se despistan y no saben de dónde parte, los antorchistas tenemos certeza de su origen, sabemos -como dijo el célebre (a lo Eróstrato) secretario de Gobernación municipal, Juan de Dios Bravo Jiménez, para quiénes somos un “dolor de cabeza”- que lo que verdaderamente no les gusta es el crecimiento de Antorcha, porque la organización de los pobres los enseña a luchar por sus derechos, los desinhibe y los enseña a reclamarle al poderoso, pero, sobre todo, les hace conciencia de que lo único que tienen es su fuerza y su número, y que si se suman las voluntades y sus pobrezas pueden lograr todo aquello a lo que tienen derecho y que les está negado, porque para ellos, como dijo el poeta, “es mudo el cielo”.
El secretario de Gobernación municipal, cuando sonoramente dice que somos un dolor de cabeza, tiene la virtud de atreverse a declarar lo que muchos otros piensan y mascullan entre carrillos: que al poder le molesta que los antorchistas seamos “rebeldes”, que no nos conformemos con discursos y migajas, que exijamos que se nos tome en cuenta en la repartición de los recursos y en la solución de la problemática social. Obviamente, nosotros pensamos que no tienen razón quienes así piensan y actúan en contra del pueblo organizado, porque lo único que hace Antorcha es exigir que se respeten los derechos básicos de la gente, que se le dote de vivienda, agua limpia -puesto que en algunas colonias sólo una vez a la semana cae agua y esa que cae tiene “pescaditos adicionales”-.
Su accionar se empeña en crear grupos organizados, en las escuelas, colonias, pueblos, fabricas etc., para que, entre todos, mejoren sus condiciones de vida y arrostren con mayores fortalezas las frecuentes catástrofes humanas que enfrentan; el accionar de Antorcha enseña a las masas osadía, arrojo y coraje para enfrentar las agresiones de sus detractores y de sus enemigos, algunos muy poderosos, que utilizan todos los medios a su disposición, para avasallar o desarraigar de tajo de la conciencia de los pobres la peligrosa idea de organizarse y luchar por lo que ellos tienen derecho; aunque muchos hombres del poder dicen estar de acuerdo con el trabajo de nuestra organización, pocos lo toleran y lo aceptan, lo cual no impide que, cuando les conviene para sus aspiraciones de ascenso político, busquen beneficiarse de la organización y la lucha de los pobres.
Nuestros gobiernos priístas equivocan la táctica, si creen que aplicando formas conservadoras de gobernar y tratar a la organización de los marginados van a recuperar su credibilidad o van a perpetuarse en el poder; yerran los consejeros del gobierno y de los aspirantes a los puestos de elección popular si creen que denostando, agrediendo mediáticamente y negándoles obras y soluciones a los antorchistas, van a hacer que los menesterosos vuelvan a confiar en sus operadores (por demás anacrónicos), en sus regidores estrella, en presidentillos de colonias y municipios (al estilo Villalba, el pequeño sátrapa de Tlapanalá) y que éstos les garanticen el soñado triunfo y la continuidad; el poder ciega, y los jilgueros son incapaces de emitir una nota discordante que despierte la sensibilidad en sus patrocinadores y les haga reflexionar sobre la falta de respuestas a los poblanos pobres, organizados en Antorcha.
Se equivocan todos aquellos operadores y consejeros que creen que nos van a desanimar, que nos van a deshacer o que nos van a acabar a periodicazos. Nuestra experiencia y capacidad para resistir agresiones y negativas es ya muy añeja; sabemos lo que cuestan nuestros triunfos, porque cada palmo que hemos avanzado lo hemos logrado contra viento y marea. Esa no es, ni será nunca, la forma en que nos derroten. La prueba más palpable es que hoy festejamos 35 años de triunfos con un sabor muy dulce, el sabor de haberlos logrado con el sudor de nuestra frente, con nuestra independencia.
Aparte de recomendarles analgésicos para el dolor de cabeza, a esos hombres del poder les recomendamos que busquen mejores asesores y formas menos anacrónicas para apaciguar la inconformidad de los pobres, pues cuando vengan tiempos electorales (que ya es muy pronto) e inexorablemente acudan a pedir el voto de esos electores mayoritarios, no encontrarán en éstos la respuesta ansiada a sus pretensiones. No será fácil que la gente agraviada acepte votar por quien está instrumentando agresivos operativos mediáticos en su contra; será difícil convencerla, por ejemplo, de que las maniobras del licenciado Juan de Dios contra el antorchismo no fueron realizadas en cumplimiento de órdenes recibidas de quien es la cabeza de su grupo político, y conspicuo aspirante a suceder al licenciado Marín.