Profesor–investigador en el Departamento de Ciencias de la Comunicación de la UPAEP Puebla
Se atribuye a Simone de Beauvoir la conmovedora sentencia que explica la chatez y medianía tan extendidas en el espíritu humano: “Cuando alguien apunta a la luna, ¡hay imbéciles que sólo atinan a mirar el dedo!”
Quizá porque somos un gremio muy visible, los periodistas damos frecuentes y penosas muestras de esta cortedad. En una conferencia de prensa un reportero que no terminó la preparatoria puede regañar a un reconocido jurisconsulto y graves y acartonados magísteres conjugan lugares comunes para catequizar y reprender a los mortales desde sus “columnas”.
Por fortuna no es infrecuente que la mediocridad de unos arroje luz sobre la grandeza de otros. En 1922 en una conferencia en Nueva York, George Mallory se enfrentó a una turba de “reporteros” que exigían les explicara las verdaderas razones de su insistencia en llegar a la cúspide del Everest. Mallory estaba confundido y mortificado. Quizá por su temperamento inglés no lograba comprender la curiosidad gritonera de los gacetilleros. Dos veces había intentando conquistar a la montaña y dos veces las inclemencias del tiempo y las dificultades del terreno habían frustrado su propósito. Finalmente alzó la mano para pedir silencio. Recorrió con la mirada fría de sus ojos azules al auditorio y dijo sencillamente: “¡Por que está ahí!”
¡Por que está ahí! Con esa frase Mallory dio nombre al germen que dispara las grandes proezas. ¿Por qué llegar a la luna? ¿Por qué escribir esa novela? ¿Por qué buscar infatigablemente una nueva vacuna, un fármaco mejor, un combustible renovable? ¿Por qué enfrentarse al poder público o a las limitaciones personales para cambiar el estado de las cosas? ¿Por qué iniciar un doctorado cuando se está a tiro de piedra de la tercera edad? Estas y un millón de preguntas más tienen su explicación en el apotegma de Mallory, quien, fiel a sí mismo, en 1924 subió por tercera vez a la montaña y perdió la vida. Su cadáver congelado fue hallado cerca de la cumbre 75 años después, en 1999. Nunca se supo si falleció antes de llegar a su meta o de regreso. Creo que no importa. Su ejemplo es lo que vale.
El 1 de diciembre de 1955 en la ciudad de Montgomery, capital del racista estado de Alabama, una costurera negra de 42 años, Rosa Parks, decidió no ceder su asiento en el autobús a un patán blanco como le ordenara el patán conductor de la unidad. No hay registro de sus palabras, pero me gusta pensar que dijo: “¡No, no y no… y háganle como quieran… que ya me tienen harta!” No habrá faltado quien aconsejara, “Ay señora, quítese, no sea tonta, atrás están los lugares de los negros, no se arriesgue”. Pero Rosa Parks se mantuvo firme. Presto llegaron los gendarmes y echaron a un calabozo a la peligrosa mujer. Acto seguido fue enjuiciada por “desobediencia civil”. Y esta sencilla determinación detonó uno de los más grandes movimientos pro derechos civiles del siglo y convirtió a la costurera en un icono mundial.
En México hay bizarros ejemplos de fortaleza espiritual. Una chica llamada Gaby Brimmer pasó la vida en una silla de ruedas afectada de parálisis cerebral. Sólo podía mover el pie izquierdo y con esta gran capacidad, que todos los demás tenían por limitación, fue a la universidad, estudio literatura y se hizo poeta. Escribía señalando las letras en una tabla con el dedo del pie. Elena Poniatowska supo de ella y escribió un libro que la hizo conocida. Gaviota pudo dar conferencias y promover la causa de las personas con parálisis cerebral. Su vida fue llevada a la pantalla. Se creó un premio nacional de rehabilitación con su nombre y su ejemplo fue el motor para atender a muchos seres humanos antes condenados a vegetar en espera de la muerte.
Gaby murió el 3 de enero del 2000. En un poema había escrito: “Quiero morir en un día de invierno gris, feo y frío, / para no tener tentación de seguir viviendo. / Moriré en esa época del año, / porque de todo el mundo he recibido frío. / Quiero morir en invierno para que los niños hagan sobre mi tumba muñecos de nieve”.
Nonagenario, enfermo y agotado el cuerpo, ya cerca de la muerte, Winston Churchill se presentó en la ceremonia de graduación de Sandhurst, su alma mater, para dirigirse a la nueva generación de cadetes. Durante la ceremonia estuvo dormitando. Cuando llegó el momento de su discurso, ese hombre que fuera “amo y esclavo de la palabra” y uno de los ingleses más conocidos de todos los tiempos, hubo de ser auxiliado hasta el podio desde donde, encorvado pero con el mismo fuego de siempre en la mirada, pronunció su último y, me parece, el más extraordinario de sus discursos.
“¡Jóvenes!”, dijo: “¡Nunca se rindan!”
“¡Nunca!”
“¡Nunca!”
“¡Nunca!”
MOLCAJETEANDO…
¿Cansado de los lugares comunes? Me place poner a su disposición un adelanto de la sección “refranes” del Gran Libro para Gente Culta que alguien me hizo llegar: * más vale plumífero volador en fosa metacarpiana, que segunda potencia de diez pululando por el espacio (más vale pájaro en mano, que cien volando); * crustáceo decápodo que pierde su estado de vigilia, es arrastrado por el ímpetu marino (camarón que se duerme, se lo lleva la corriente); * a perturbación ciclónica en el seno ambiental, rostro jocundo (al mal tiempo, buena cara); * H2O que no has de ingurgitar, permítele que discurra por su cauce (agua que no has de beber, déjala correr); * ocúpate de la alimentación de las aves córvidas y éstas te extirparán las estructuras de las fosas orbitarias que perciben los estímulos visuales (cría cuervos y te sacarán los ojos); * al globo oftálmico del poseedor torna obeso el bruto vacuno (al ojo del amo, engorda el ganado); * quien a ubérrima conífera se adosa, óptima umbría le entolda (el que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija); * el rumiante cérvido propende al accidente orográfico (la cabra tira al monte); * no existe adversidad que por sinecura no se trueque (no hay mal, que por bien no venga); * la ausencia absoluta de percepción visual torna insensible al órgano cardíaco (ojos que no ven, corazón que no siente); * al andar maltrecho aplicarle premura (al mal paso, darle prisa); * cavidad gástrica satisfecha, víscera cardiaca eufórica (barriga llena, corazón contento); * existe un felino en cautiverio (aquí hay gato encerrado); * el que embriológicamente es traído al mundo con el diámetro anteroposterior de la cavidad abdominal aumentado, no logrará reducir su contenido visceral por más intentos forzados extrínsecos de reforzar dicha pared en su infancia (el que nace barrigón, ni aunque lo fajen de chiquito).
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