29-03-2024 04:17:51 AM

Diario de un consentidor?

 

EROS

 

QUINTA PARTE

Elena se había agarrado de mi brazo durante el trayecto, al entrar en el local los encontramos en la misma puerta esperándonos, cuando Carmen vio a Elena de mi brazo, me miró con cierta ironía en sus ojos, como si me dijera ‘vaya, parece que tu también vas a jugar’, le sonreí, entonces hizo un gesto sencillo, inconsciente, apenas perceptible pero que tanto Carlos como yo captamos: la tensión que aun mantenía en su cuerpo desapareció y dejó caer su peso en Carlos que la mantenía cogida por la cintura. Era algo mínimo, insignificante, algo en lo que la propia Carmen no reparó pero que el cuerpo de Carlos percibió con claridad. Y mis ojos también.

 

Nos dirigimos hacia la discoteca anexa al hotel, era un local muy amplio decorado con buen gusto, la música que sonaba no resultaba estridente, no había demasiada gente aun y pudimos escoger mesa, cosa que en realidad hizo Carlos, nos situamos en una esquina frente a la pista pero lo suficientemente lejos de ella como para poder mantener una conversación sin gritar. Los asientos, dos butacones amplios y mullidos, estaban esquinados el uno con el otro; Carlos estaba atento a cualquier movimiento de Carmen y comenzó a hablar con ella al tiempo que la cedía asiento, Elena y yo nos sentamos enfrente de ellos; Los butacones eran demasiado blandos para mi gusto y algo bajos; miré a Carmen que seguía con interés una historia sobre el origen humilde del dueño del hotel y como había crecido de la nada, descubrí que al sentarse en aquel sillón tan bajo su vestido dejaba casi dos tercios de sus muslos al descubierto, Elena y yo charlábamos también y comprobé que a ella le sucedía los mismo; me pilló mirándole las piernas y me devolvió una sonrisa cómplice; No reaccioné como hubiera querido, estaba tan absorto en mantener su conversación sin perder de vista a Carmen que balbuceé una torpe excusa que solo consiguió provocar una sonrisa burlona en Elena.

 

Porque ese era yo, un hombre sumido en mil contradicciones viendo como mi mujer era asediada por Carlos, como sus ojos se perdían una ay otra vez en sus muslos desnudos; Le escuchaba hablar, reír, comentar… y veía a mi mujer cada vez mas desinhibida, cada vez mas libre, cada vez mas independiente… y eso, en alguna oscura y oculta zona me dolía. Al sentarse en aquel sillón tan bajo su escote se ahuecaba insinuando el comienzo de sus pechos desnudos y Carlos, cada vez con menos cautela, dejaba que sus ojos se regodeasen en su escote sin importarle que ella lo notase, mas de una vez, al volver su mirada se encontró con la de Carmen, entonces sonreía y continuaba hablando; Ella por su parte no evitaba la situación, poco podía hacer, es cierto, las butacas impedían otra postura si no querías hundirte en el respaldo, pero tampoco demostraba el mas mínimo signo de molestia.

 

Una palabra imprevista apareció en mi mente: ‘desvergonzada’, una palabra inusual que surgía de lo más profundo de mí y que repetí mentalmente una y otra vez dirigiéndola a Carmen mientras la veía desplegar todo su encanto, su seductora mirada, su sonrisa… Al mismo tiempo sentía la excitación de ver como su vestido resbalaba inevitablemente por sus muslos dejándolos cada vez más desnudos… y Carmen, si se daba cuenta, no hacía nada por evitarlo, se movía con desenvoltura en una situación que apenas unos días antes le habría sido violenta. Reía, bromeaba, seducía con su encanto libre de sofisticación y de cualquier atisbo de artificialidad. Los temores y las dudas que se había planteado en el hotel parecían haber desaparecido durante la cena, ahora era una mujer libre, sensual, sin complejos, sin prejuicios, parecía ser realmente la mujer que habíamos construido durante nuestro viaje de camino hacia Sevilla. El alcohol sin duda ayudaba a esta transformación.

 

Desvergonzada, era una mujer desvergonzada, me repetía a mi mismo.

 

Carlos propuso bailar, se levantó y le ofreció su mano a Carmen, ella me miró y yo le devolví una sonrisa cargada de amor al tiempo que me levantaba y sacaba a bailar a Elena. Carlos la tomó por la cintura y ella no tuvo mas opción que rodear su cuello con sus brazos, comenzaron a bailar, muy cerca de nosotros; Elena se mantenía en silencio, un silencio que comenzaba a resultar violento, pero yo no conseguía enlazar dos ideas seguidas que me permitieran mantener una conversación con ella, mi mente estaba en otra parte, frente a mi, donde se desarrollaba una batalla de seducción entre mi esposa y Carlos.

 

"Bueno… te has quedado completamente mudo" – Elena intentaba romper el silencio que se había establecido entre nosotros; La miré, era una mujer realmente atractiva y sentí un poco de lástima por ella, su papel en esta velada no era posiblemente el que se esperaba, sin embargo mantenía con elegancia la situación.

 

"Discúlpame Elena, estoy algo distraído esta noche" – no se merecía ser ignorada y me propuse evitarlo sin dejar mi vigilancia.

 

"¿Puedo hacer algo para centrarte?" – le sonreí, ella subió las cejas en un gracioso gesto con el que enfatizaba su pregunta; moví la cabeza negativamente

 

"No será necesario, te prometo que no voy a dejar que te aburras"

 

"¡Vaya, suena bien!" – dejé pasar su insinuación, mi cabeza estaba en otro sitio.

 

Frente a mi, Carlos acariciaba levemente la espalda desnuda de Carmen, ambos se mantenían muy juntos, con las mejillas casi pegadas ¿Por qué Carmen no marcaba distancias? En la siguiente vuelta mis ojos se cruzaron con los de Carmen, su mirada profunda, intensa, algo tocada por el alcohol… una sonrisa nació en su boca al mirarme, le lancé un beso que ella me devolvió antes de perderla de mi campo de visión. Elena y yo manteníamos una conversación trivial, plagada de tópicos, pero al menos habíamos conjurado ese silencio frío con el que habíamos inaugurado el baile. Deseaba volver a ver a Carmen, las vueltas en la pista se me hacían eternas y luego, el instante durante el que podía observarla me parecía fugaz. A la siguiente vuelta estaba de espalda a mi, las manos de Carlos habían cruzado la frontera de su cintura y reposaban en sus riñones, muy cerca de sus nalgas, aun no era evidente pero faltaba tan poco… Carlos guiñó un ojo al verme.

 

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