Profesor–investigador en el Departamento de Ciencias de la Comunicación de la UPAEP Puebla
Señoras y señores: con ustedes… ¡el metate!
Este es el último JdO que dedico a nuestra premodernidad y tercermundismo mental. Corro el peligro de no volver a tocar otro tema en los próximos 10 años (así de copioso ha sido el correo con anécdotas como de película de Béla Lugosi), si insisto en el tema. Quede pues, en la conciencia de la República, que uno de sus hijos la llamó a capítulo.
Escribí la semana pasada: “Dejo para la siguiente entrega una batería de relatos espeluznantes, entre ellos el de por qué el director general y el Consejo de Office Max pudieran reemplazar en un futuro a todos los integrantes del sistema de seguridad nacional mexicano.” ¿Qué tiene que ver esa empresa de artículos de oficina con la seguridad nacional? Sólo que han descubierto que no es el molcajete, sino el venerable metate, el repositorio de nuestro periférico y dependiente ser nacional. Veamos.
Hace unos meses llevé a fotocopiar un libro de cuentos de mi autoría para enviar el duplicado a un editor interesado en la obra. En la portada, sobre las gruesas letras que me identifican como autor, está la fotografía que hace años me tomó mi amigo Pedro Valtierra y que uso como retrato de Dorian Grey para ocular los estragos que el tiempo ha asestado al original. Una señorita me informó que no podía copiar más del 10% del total, para proteger “los derechos de autor” del, valga la redundancia, autor. Le informé que el autor estaba precisamente frente a ella y que autorizaba la copia del 100%, aseveración que acompañé con la exhibición de mi credencial del IFE y la promesa de obsequiarle un ejemplar firmado.
-Como yo escribí este libro, le aseguro que no hay problema. Le firmo una responsiva. Realmente no puedo enviar al editor el 10% de un trabajo que pretendo reeditar en sus totalidad.
-No podemos, señor. Nuestra política es muy clara: sólo el 10%. Así protegemos los derechos de los autores.
-La felicito a usted y a su empresa. Pero en este caso en particular, dado que yo escribí este libro, como se muestra con mi nombre y mi fotografía en la portada, esa política no tiene sentido.
-Lo siento, señor.
-Convoque al gerente. Quiero hablar con él.
Para no alargar el cuento, finalmente pude convencer al gerente y después de firmar una petición y dejar copia de mis identificaciones, me “hicieron el favor” de proporcionarme el servicio.
¡Ay de mi! Soy de lento aprendizaje y tiempo después volví a la misma empresa para obtener una copia de un reconocimiento académico, un pequeño diploma, con mi nombre y sin fotografía, en donde consta que yo, Fulano de Tal, obtuve mención honorífica en el Programa Equis. Quería enviar a mi hija una prueba irrefutable de que su papá sí pisó la universidad.
Pues resulta que no. La empresa tiene “una política” para no reproducir “documentos oficiales” al tamaño en color, porque con frecuencia “la gente hace mal uso de ellos”. De nuevo la discusión con los jóvenes del mostrador. De nuevo apareció el “gerente”. Le dije:
-Estoy de acuerdo en que no reproduzcan billetes de banco, pasaportes, credenciales, licencias de manejo, cédulas y títulos profesionales y timbres postales al tamaño, señor, pero lo que tengo aquí es un reconocimiento, una especie de felicitación.
-Pos esa es “la política” de la empresa.. pero aquí entre nos, y porque me cayó bien, podría ayudarlo y sacarle una copia al 95%, respondió el sujeto, con un dejo de complicidad en su actitud.
Asombroso. En Office Max no venden productos o servicios; su negocio es “ayudar” a clientes tontos como yo, incapaces de distinguir entre un “documento oficial” y una “constancia” privada. Repetí la letanía. Insistí en que como titular identificado de la constancia el servicio solicitado ni era irregular ni violatorio de disposición legal alguna.
“Pero es violatorio de nuestras políticas empresariales”.
Se me iluminó el cacumen. Exigí ver los artículos de tan singular “política” empresarial. La respuesta fue sensacional, digna de los anales de la libre empresa y caso de estudio para el Instituto Panamericano de Alta Empresa y la Harvard Business School:
“¡Tenemos la política de no mostrar nuestras políticas de operación!”.
Juan Camilo Mouriño puede dar por terminada su búsqueda de expertos en diseño de políticas de seguridad. Colocados en puestos estratégicos, los ejecutivos de la transnacional en poco tiempo blindarían al país contra la más leve infracción al status quo y harían ver a las burocracias socialistas como orgías del liberalismo y de la eficacia.
Qué licuadora ni qué molcajete. ¡El metate, my friends!
Hace 91 años…
… un 17 de febrero, nació Guillermo González Camarena, inventor de la televisión a colores, en cuyo honor un canal de Televisa lleva las iniciales XHGC. Este hombre fue un renacentista. Comenzó la carrera de ingeniería electrónica en el IPN y abandonó las aulas cuando pensó que poco podía aprender en ellas. Con piezas de deshecho confeccionó sus primeras cámaras. En 1946, durante los trabajos del 6º Congreso Nacional de Cirugía en el Hospital General, transmitió una operación desde el quirófano a las salas de sesiones. Con Salvador Novo viajó a Estados Unidos y a Inglaterra por encomienda del presidente Alemán para estudiar los modelos nacionales de televisión y decidir el futuro de la industria en México. Su patente “tricromática”, si bien no encontró una aplicación masiva en su día, es hoy utilizada en las cámara de los satélites que exploran el sistema solar. Gracias al ingenio de un mexicano, hoy podemos tener mejores imágenes de Júpiter y de Saturno. El de González Camarena es un ejemplo a seguir.
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