Por Valentín Varillas
Para muchos, el proceso de selección del gobernador interino no es más que un apetitoso botín que les permitirá tener el control del presupuesto y de la estructura oficial de operación política, de cara a la elección extraordinaria de medio año.
Para los de mayor talante y estatura, el criterio de selección tendría que darse bajo la lógica de generar las mejores condiciones en lo social y lo político, para que la elección del próximo gobernador sea en verdad una auténtica fiesta democrática.
El antecedente inmediato dista mucho de haberlo sido.
El proceso del 2018 generó una polarización importante de grupos y sectores, directa e indirectamente relacionados con la actividad política, fácilmente palpable en el ánimo y comportamiento de los poblanos.
Si bien esta realidad puede interpretarse como una consecuencia del ambiente político nacional, en el estado, la fractura ha alcanzado ya niveles de escándalo.
De ahí, la necesidad de que un tranquilizador de tempestades pueda hacerse cargo del gobierno, en los meses previos al próximo proceso electoral.
No imagino peor escenario que el de la imposición por conveniencia o bien, en el otro extremo, el de apelar al derecho divino o la justicia mística para llevar mano en la designación.
La tragedia convirtió el escenario en inédito y nos ha vuelto a todos involuntarios aprendices de una realidad que se manifestó contundente, demoledora.
Ni hablar, habrá que rendirse a la necesidad de adaptarse.
Puebla, en su historia reciente, no ha estado ajena a escenarios complicados.
Uno, por cierto, involucró también en su momento a un Rafael Moreno Valle.
El general, abuelo del hoy fallecido ex gobernador, fue también ave de tempestades.
Durante su breve período, fue cuestionado por la muerte violenta de campesinos y empresarios incómodos, por el despojo de tierras y por ataques sistemáticos en contra de la libertad de expresión y la comunidad universitaria.
Esto desató una crisis monumental de gobernabilidad en la entidad.
Polarización y fractura, convirtieron al estado en una auténtica bomba de tiempo.
Fue entonces cuando intervino el gobierno federal, el de Luis Echeverría, quien tenía una animadversión muy especial en contra del general Moreno Valle, porque el poblano, como Secretario de Salud del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, decidió apoyar a Alfonso Corona del Rosal, entonces Jefe de Gobierno del Distrito Federal, en el proceso de sucesión presidencial de 1970.
Apelando a la ingobernabilidad, Echeverría Álvarez presionó con todo para que el general dejará el gobierno del estado y de paso, una estela de apetitos personales y políticos desbordados.
En nada ayudaron los interinatos de Mario Mellado García, Gonzalo Bautista O´Farril y Guillermo Morales Blumenkron.
Llegó el 75 y Puebla enfrentaba un escenario nada deseable para la elección de su próximo gobernador.
Sabedores del contexto, los estrategas del entonces “partidazo”, analizaron perfiles y decidieron que el médico cholulteca, Alfredo Toxqui Fernández de Lara, encajaba perfectamente en la necesidad de encontrar un perfil conciliador que facilitara la unificación de los poblanos y la reconciliación en la entidad.
No se equivocaron.
Conocedor de la clase política, empresarial, sindical y social local, Toxqui era bien recibido en cualquier mesa, algo de lo que muy pocos podían presumir en esa época.
Los encargados de su campaña destacaron esta cualidad desde la manufactura de su propaganda electoral.
El lema “Cancelemos Odios y Rencores” dejó muy claras las prioridades.
Los poblanos de ese tiempo le tomaron la palabra.
Tejiendo fino, dialogando y llegando a acuerdos con tirios y troyanos, el doctor se convirtió en el primer gobernador en terminar completo un mandato constitucional, después de más de 10 años de interinatos y gobiernos provisionales fallidos.
Y de ahí, aunque con las limitantes y aberraciones del régimen de partido único, se impuso por fin la estabilidad institucional.
Hoy, Puebla tiene una necesidad similar.
La de una figura que no polarice, sino que tienda puentes.
Que conozca a la clase política de todos los símbolos e ideologías y cuente con el colmillo y la experiencia necesarias para tener un interinato sin sobresaltos.
Un estado fracturado en lo político e infiltrado en lo social por la delincuencia, común y organizada, puede convertirse en un foco rojo importante en materia de gobernabilidad para la nueva administración federal.
A nadie le conviene.
Así que, habrá que sacar la lámpara de Diógenes y encontrar a quien reúna semejantes cualidades en tiempos tan agitados.
De esto depende mucho más de lo que nos imaginamos.
¿Alguien conoce al Toxqui del siglo XXI?