Por Valentín Varillas
Una de las cosas que más han llamado la atención de este año de gobierno de Tony Gali, es el peso específico real que tendrá en una serie de decisiones que influirán de manera determinante en el desarrollo del proceso electoral del 2018.
El pronóstico era distinto, inclusive en el círculo más cercano del ex gobernador Rafael Moreno Valle, en donde algunos apostaban a que el actual mandatario, al final, sería simplemente una figura decorativa sin capacidad de veto y voto.
No ha sido así, al contrario y para desgracia de muchos.
Ejemplos sobran.
De entrada, el más visible, tiene que ver con la inminente designación de su hijo, José Antonio, como cabeza de la fórmula que competirá por el Senado de la República por parte de de la coalición Por México, al Frente, movimiento que hasta hace muy poco no estaba siquiera en el radar de políticos, medios de comunicación y analistas.
La razón que explica la medida parece obvia, pero en la práctica política es muy importante: sellar un pacto de unidad irrompible entre el actual inquilino de Casa Puebla y los principales representantes del grupo político del que emergió, empezando por el propio Moreno Valle.
La capacidad de operación electoral del actual gobierno estatal es fundamental para que el morenovallismo obtenga las tan anheladas victorias electorales que los mantendrían, por seis años más, como la fuerza política hegemónica en Puebla.
Por más carisma, posicionamiento e intención de voto que puedan tener los distintos aspirantes a un cargo de elección popular.
En este proceso, era natural que se diera una contundente purga de personajes incómodos al gobernador en el reparto de las posiciones que buscaban en la coyuntura del proceso electoral de este año.
Jorge Aguilar Chedraui y Pablo Rodríguez Regordosa son dos claros ejemplos.
El primero está prácticamente fuera de la puja por la nominación a la alcaldía de Puebla, en donde el actual edil, Luis Banck y el ex presidente municipal Eduardo Rivera son ya los únicos perfiles con posibilidades.
Por cierto, en el caso Rivera, ha sido la interlocución del propio Gali y la de sus operadores la que ha logrado un acercamiento con Moreno Valle, algo que hasta hace unas semanas parecía poco menos que imposible.
Aguilar Chedraui jamás pudo recomponer su relación con Tony, después de que ambos pelearan por la nominación a la alcaldía en aquel proceso del 2013.
El ex líder del congreso no entendió, o no quiso entender, que en términos de rentabilidad electoral, Tony era un mucho mejor producto.
Un producto que no solo garantizaba ganar la alcaldía de Puebla para la segunda parte del sexenio morenovallista, sino que había que preparar y pulir para competir por mantener el gobierno del estado en la elección del 2016.
Las heridas jamás sanaron, a pesar de los esfuerzos de varios interlocutores porque cicatrizaran.
El caso de Pablito es mucho peor.
Como compañeros de gabinete en el sexenio anterior, enfrentó a Gali a través de grillas, mentiras e idiotas conspiraciones.
Celoso por no poder ser el favorito del entonces gobernador Moreno Valle y por desempeñar en los hechos un papel francamente tibio en su responsabilidad como servidor público (Audi no es logro de Pablito, sino de Moreno Valle, Roberto Moya y otros), de una manera pueril abrió un frente que hoy le cobra la factura.
Por eso y muchas cosas más, como diría el clásico, Rodríguez Regordosa no irá al senado.
Qué suerte para el país.
A lo anterior, habrá que agregar el cambio en el poder judicial poblano, con la llegada de Héctor Sánchez a la presidencia del Tribunal Superior de Justicia, que si bien no tiene implicaciones directas en el tema electoral, manda un mensaje muy claro a varios grupos que se mueven bajo la lógica del resultado de los procesos políticos.
También le suma a Gali el cambio en el liderazgo del Congreso, con la llegada de Carlos Martínez Amador, quien en su primer discurso al regresar a la presidencia de la coordinación de la Junta de Coordinación política prometió “un apoyo incondicional” al gobernador de Puebla en su cierre de administración.
Sí, el sello personal de gobernar es un hecho, para bien o para mal, y jugará en la determinación de ganadores y perdedores en la elección de julio próximo.
Esa que dicen los que saben, será la más importante de la historia reciente del país.
Poca cosa.