Por Jesús Manuel Hernández
Dicen que cuando el perro ladra, no muerde, o que cuando hay mucho ruido del nogal caen pocas nueces, los poblanos usan estos refranes para definir escenarios de la vida cotidiana.
A Eduardo Rivera Pérez le han puesto en bandeja de plata convertirse en un mártir del morenovallismo en momentos donde el Partido Acción Nacional debate internamente la lealtad del ex gobernador a quien por todos lados le están creciendo los enanos.
Y no me refiero sólo al desaguisado con Fernando Manzanilla, súmense las declaraciones de Rafael Micalco, Humberto Aguilar, Juan Carlos Mondragón, los reiterados triunfos en los tribunales de Ana Tere Aranda y el desprecio en el Estado de México al equipo de sus operadores.
La amenaza sobre ERP de ser inhabilitado, persigue, dicen sus promotores, impedir que el ex presidente municipal de Puebla y estratega de Josefina Vázquez Mota, sea un obstáculo para Martha Erika Alonso en el 2018.
El problema es que la investigación en su contra está mal integrada, tiene muchos errores, ha pasado el tiempo y Rivera se ha asesorado y los expertos le dicen que no haga nada, que no impugne, que se aguante, porque en los tribunales tiene ganado el caso.
El morenovallismo está a punto de cometer otro error, ante la ausencia de un planteamiento de acuerdo o negociación en lo oscurito, como lo han acostumbrado otros panistas sujetos a persecución; Rivera puede alzarse con un triunfo sobre sus enemigos y eso le fortalecerá más, rumbo al 2018.
El morenovallismo se ha partido, la burbuja está dividida, el interés presidencial ya no los une, más bien los separa.
Y es que como dicen por ahí, los gatos recién nacidos tardan entre siete y quince días en abrir los ojos; algunos morenovallistas han tardado más, pero empiezan a dar muestras.
O por lo menos, así me lo parece.