Por Valentín Varillas
Fiel creyente en las encuestas y en la frialdad de los números que las componen, Rafael Moreno Valle sabe mejor que nadie que su búsqueda por la presidencia de la República va cada vez más cuesta arriba.
Sin embargo, esto no quiere decir que las cosas se hayan salido de lo presupuestado, ni que haya tenido que darle forma al “Plan B” de su proyecto político personal.
Al contrario.
Desde hace más de un año, el gobernador poblano y sus asesores se plantearon que el escenario más probable era tener que esperar seis años más para concretar el sueño presidencial y que había que tomar todas las providencias posibles para maximizar los beneficios de no competir de lleno por la candidatura en el 2018.
“Encarecer la negociación”, fue la consigna y se ha seguido al pie de la letra.
¿La joya de la corona?
El control absoluto del estado de Puebla, por los siglos de los siglos y hasta que el modelo dé.
Moreno Valle ha jugado sus cartas bajo esa lógica.
En la recta final de su mandato ha cerrado filas –todavía más- con el presidente Peña y su grupo, no dejando duda alguna de que su actuar en la coyuntura previa al 2018 se dará en función del interés presidencial.
La prueba más reciente, pero más contundente de lo anterior, fue el voto de 7 de su diputados a favor de la iniciativa de ley de ingresos y presupuesto de egresos enviada por el jefe del ejecutivo federal al congreso.
La rebelión morenovallista al interior de la bancada del PAN, como era de esperarse, empieza a arrojar ya resultados negativos para él y fortalece a los cada vez más miembros y simpatizantes del partido que aseguran que es más priista que panista y que sus posiciones políticas están mucho más cerca de Los Pinos, que del edificio sede del blanquiazul.
Aun así, si así conviene a los intereses de Peña, tiene la capacidad de dividir severamente al partido.
Si no, intentará vender caro el bajarse de la puja por la candidatura, en aras de llevar mano en el proceso de selección de candidatos en Puebla –todos- y amarrar para él alguna posición de importancia para seguir vigente en la política nacional por lo menos seis años más.
Lo anterior, claro está, con la venia de la presidencia.
En caso de que la relación con Acción Nacional mute a intransitable, siempre habrá opciones en los siempre parásitos mini-partidos.
Nueva Alianza o el Verde pueden ser el camino para perfilar una candidatura que pretenda dividir el voto opositor o, bien, para garantizar el futuro político a través de alguna de sus posiciones en el senado de la República.
¿A cambio de qué el sacrificio?
Otra vez, del control total de Puebla.
Y es que, nuestro estado y sobre todo el jugoso presupuesto que maneja, es la auténtica joya de la corona para el todavía gobernador y su grupo.
Garantizada la continuidad de aquí al 2018 y con una oposición desconectada en lo político y amedrentada en lo jurídico, las posibilidades de amarrar otros seis años más son altísimas.
Haga cuentas: por lo menos 75 mil millones de pesos de presupuesto por año, mínimo por los próximos 8 años.
Nada mal.
En control total en lo político y los millonarios negocios personales al amparo del poder, además del manejo absoluto del erario para financiar el sueño presidencial para el 2024, no parece una mala negociación.
Súmele el infaltable pacto de impunidad sexenal y el círculo se cierra.
“Ganar perdiendo”, el verdadero fin de la estrategia.