Comenzaré por decir que “No me gustan las Niñas”. Pero no podía dejar de pensar en esos senos. ¿Cómo habían crecido? ¿Cuándo sucedió eso? Esto me lo preguntaba desde el día que la volví a ver.
Y es que penetró en mí ese recuerdo.
La devuelvo a la mente aún niña.
Sentada en mi pierna con su pichita caliente.
La recuerdo corriendo por el jardín alborotando mariposas y dejando ver sus calzones con bordados.
Y ahora. Esos senos enormes. Y seguramente esa pichita caliente, pasó a ser húmeda. Y los bordados son ahora diminutos hilos dentales.
La veo en mi pierna, restregando su pichita caliente y masturbándose, haciendo llorar mi polla.
Si pudiera enseñarle lo que soy. De seguro jugaría conmigo. La tomaría por las nalgas grandes que tiene y le mamaría el coño.
Subiría mi lengua una y otra vez por ese culo que me excita. Lamería sus pezones rosados.
Me bajaría hasta ese pubis rasurado. Le metería la lengua y jugaría amarla.
Succionaría sus labios, hasta mojarla plenamente. Hasta ver su sonrisa
enmarcando el rostro. Chuparía su clítoris. Y la haría venirse muchas veces en mi boca.
Una vez mojada, tomaría sus nalgas redondas y las abriría lentamente para dejarle ir poco a poco, mi enorme polla. Hasta hacerla llorar y suplicar que se la dé a comer toda.
Le escurría mi leche en esa pichita caliente. Avivaré su fuego.
Sin descanso alguno trotaríamos juntos. Hasta el grito desbocado en sexo.
Con esos senos enormes sostendrá mi polla, mientras ella comienza a tragársela.
Para correrme una vez más en ella.
Si yo pudiera.
Si me permitiera.
Haría esto y más con esa pichita que ha pasado de caliente a ardiente. Activando el fuego, que desprende ese olor a hembra.
Insisto, no me gustan las niñas, pero me calienta pensar en esa pichita caliente.