¿De verdad que no te diste cuenta de lo mucho que te deseaba?
La pregunta la pilló desprevenida. Sonrió. Llevaba toda la vida oyendo o leyendo que las mujeres tenían un sexto sentido para eso. Pero, desde luego, ella carecía del mismo. ¿Qué si lo había notado? Madre mía. Ni siquiera lo habría imaginado. Ni había pasado por su mente. Hasta hace unos minutos, cuando el placer de sentir sus labios sobre los de ella la había hecho vencer la sorpresa, le hubiera parecido irreal, imposible, inadmisible incluso. Y ahora…..
Estaba desnuda sobre la cama, boca abajo. Descansando del mejor orgasmo de su vida. El que la había dejado sin aliento. El que, por primera vez en su vida, la había hecho gritar. Insoportablemente extásico. El que había arqueado su espalda haciendo que formara un perfecto arco. El que había resecado su garganta y consumido su energía.
Cerró los ojos y no contestó. Al segundo, oyó cómo caminaba hacia ella y empezó a notar su mano deslizarse por la espalda. Despacio, acariciándola con las yemas de sus dedos. Estaba dibujando ondas, y a cada caricia la piel se le ponía de gallina y su cuerpo despertaba de nuevo al placer. Mientras, la mano alcanzó la parte baja de su columna. Y entonces sintió la humedad de la punta de la lengua, que dibujó a la perfección el triángulo que formaba su coxis. La lengua siguió deslizándose hacia su culo, que comenzó a lamer, primero suavemente, luego con fruición, con ansia… Lo manoseó, lo mordisqueó y un dedo húmedo de saliva, que había llevado previamente a su boca, se abrió paso en su ano.
Suspiró de placer y se dio la vuelta. Inmediatamente, recibió sus labios, notó su lengua. Todavía sabía a la naranja que habían compartido antes, aquella con la que empezó todo. La besaba, la mordisqueaba los labios, atrapaba con sus labios su lengua, la succionaba… Paseó sus labios, la boca húmeda, entreabierta, por todo su rostro: mente, pómulos. mejillas, nariz, barbilla… Bajó hasta el cuello…. Y mientras, las manos parecían tener vida propia. ¿Había una tercera persona en la habitación? Acariciaban sus pechos, pellizcaban sus pezones, que eran inmediatamente calmados con la saliva de su boca. Se paseaban libres por su vientre, por sus caderas, por el interior de sus muslos, por unas piernas que ya estaban abiertas y ligeramente flexionadas, esperando lo que vendría a continuación.
Comenzó a gemir, y el sonido provocó una inmediata reacción: su boca bajó hasta su coño, totalmente depilado, que comenzó a besar como antes había hecho con sus labios. Mmmmmmmm, cuánto se alegraba de haber hecho desaparecer cualquier vestigio de pelo de su cuerpo. Dejó de besarla y, pese a que tenía los ojos cerrados, sabía que se lo estaba mirando y oyó lo que se convirtió en más que un murmullo de aprobación: un potente gruñido de placer. Eso la excitó más y separó con su mano derecha los labios exteriores, ofreciéndole los interiores, mientras llevaba la izquierda hacia atrás, agarrando el cabecero de su cama. La invitación estaba clara, y recibió una boca ansiosa, que chupó esos labios. Hizo correr su lengua arriba y abajo entre las capas de carne de su chocho; despacio, primero, aumentando el ritmo, después. Se agarró con las dos manos al cabecero para impulsar con más fuerza sus caderas hacia adelante y la lengua comenzó a follarla, literalmente hablando. Se retiró un solo segundo, que fue el que le llevó encontrar su clítoris, duro como una piedra ya, que chupó, lo que provocó un pequeño grito por su parte.
De repente paró y la miró. “¿De verdad que no te diste cuenta lo mucho que te deseaba?”, volvió a preguntar. “Acaba lo que has empezado”, oyó decir, sin reconocer la voz que salía de su garganta. “¿Crees que ahora te deseo?”, jugó. “Acaba”, suplicó.
Volvió al coño, metió su lengua contra el clítoris y la provocó un estremecimiento. Aumentó la velocidad y luego tomó el clítoris con su boca, chupándolo suavemente primero, más fuerte después, más fuerte… La pelvis de ella se alzó y, en lugar de apartarse, se movió con ella. Notó cómo deslizaba dos dedos dentro de su vagina, follándola rítmicamente mientras seguía chupándola. Empezó a temblar de puro placer y sintió el comienzo del latigazo dentro de sus entrañas. Quiso retirar la boca, los dedos, apartarse, pero la sujetó firmemente y no la dejó. El latigazo en sus entrañas creció, insoportablemente, y el placer fue tan intenso, que un grito largo acompañó una corrida abundante.
Se tumbó a su lado, y mientras jadeaba con los ojos cerrados, intentando recuperar el aliento, notó la palma de su mano otra vez sobre su coño que, ejerciendo una suave presión, la provocó otra oleada de placer y un nuevo grito.
Cuando recuperó el aliento y pudo abrir los ojos, vio una sonrisa malévola, divertida, satisfecha de lo que acababa de provocar. “¿Nunca te diste cuenta?, preguntó por tercera vez. “Nunca pasó por mi cabeza”, respondí. “¿Y ahora que lo sabes, cuál es tu decisión?”. Miré su rostro, la de la amiga que siempre había estado a mi lado; la que me abrazaba y consolaba de todas mis rupturas; la que se probaba ropa para mí en los probadores porque yo me veía gorda y teníamos la misma talla; la que acababa de proporcionarme las dos mejores experiencias sexuales de mi vida. “Creo que la decisión está clara”, respondió. Y esta vez fue ella quien acercó su rostro al suyo, lleno repentinamente de lágrimas, para devolverle con creces los regalos que le acababa de hacer.