Por Valentín Varillas
Si usted espera que la presidenta Sheinbaum haga una crítica o señalamiento público en contra de López Obrador, espere sentado.
Esto no va a suceder.
Por lo menos no en el mediano plazo.
Inclusive aunque quisiera hacerlo.
El violar el culto a AMLO, uno de los protocolos más rígidos y todavía de observancia obligatoria para militantes y simpatizantes de la 4T, podría operar como un peligroso búmeran que podía impactar de lleno a su incipiente gobierno.
Pero el deslinde es real y la actual jefa del ejecutivo federal lo está llevando a cabo desde el fondo y no desde la forma.
Es decir, utilizando las herramientas de la política real.
Utilizando las facultades que tiene sobre las instituciones públicas del Estado mexicano para desarticular política y económicamente al lopezobradorismo.
Y ahí sí, en los hechos, creo que no hay lugar a dudas.
La red de huachicol fiscal que operó con total impunidad en el sexenio pasado, está compuesta de vínculos políticos, de amistad y sobre todo familiares de Andrés Manuel.
Su sistemático e inminente desmantelamiento, ordenado y operado desde Palacio Nacional, es un madrazo durísimo a la línea de flotación del anterior grupo en el poder.
Se hundirán irremediablemente.
Dejarán de percibir los millones que entraban alegres a sus finanzas personales y además, no tendrán cabida en el futuro político del movimiento.
Algunos se quedarán al margen del reparto de posiciones para el 2027.
Otros más serán sacrificados.
Y habrá quienes tendrán que entregar buenos resultados en lo electoral, a cambio de obtener la tan ansiada impunidad.
Pero hasta ahí.
Ya se les acabó.
Así se dan las verdaderas transiciones, las auténticas, y ésta no tiene por qué ser distinta.
Un animal político como López Obrador lo debería saber y entender de sobra.
Por eso, como todos los demás, más temprano que tarde acabará asumiendo el papel que le toca jugar en la vida pública nacional.
Y esto será por las buenas, o por las malas.
No tendrá de otra.