Por Valentín Varillas
En varias comunidades del país no hubo festejo público por la independencia de México.
Imposible seguir la tradición, ante la monumental incapacidad de garantizar la seguridad de la población.
La obligación principal de un gobierno, en cualquiera de sus niveles.
Otro ejemplo muy claro del Estado fallido.
El que de plano se rinde, o bien cae seducido por el poder corruptor de las organizaciones criminales.
La suspensión de los “gritos” deja sin efecto el optimista discurso público en torno al rumbo que ha tomado el país.
El que asegura que vamos bien, a pesar de que todos los días, medios tradicionales y millones de cuentas en redes sociales se llenan de historias salpicadas de sangre.
En Sinaloa, sin embargo, el gobernador Rocha Moya tomó como pretexto lo anterior para evitar nuevas manifestaciones públicas de repudio a su gestión.
Para no ser exhibido, nuevamente, como un mandatario que se ha quedado solo, ante las evidencias que apuntan a que ha llevado a cabo pactos inconfesables con los poderes de facto.
Imposible que se presente en la plaza pública, en medio de semejante estercolero.
No es difícil que la recomendación haya venido directamente desde Palacio Nacional.
Rocha Moya no sólo no ha sumado a la nueva estrategia en materia de combate a la delincuencia implementada desde el gobierno federal, sino que la ha obstaculizado abiertamente.
Algo que lo tiene ya en franco enfrentamiento con Omar García Harfuch, el hombre fuerte de este sexenio.
El gobernador se sostiene con alfileres, aunque no parezca así en términos de percepción.
Un par de alfiles heredados por López Obrador, muy disminuidos políticamente, son su único apoyo.
Tampoco le ayuda el constante aumento en las presiones desde Estados Unidos para que el gobierno de Claudia Sheinbaum empiece con la entrega de peces gordos coludidos con los narcos y no pura “morralla” como ha sido hasta el momento.
Rocha Moya cumple con el perfil ideal.
No cabe duda, hay silencios ensordecedores que alcanzan decibeles más altos que cualquier arenga cargada de falso nacionalismo.
Nada, o casi nada que festejar.