Por Alejandro Mondragón
Jamás en la historia contemporánea no sólo de México, sino del mundo, un personaje había sometido hasta con una levantada de cejas a las clases gobernantes y gobernadas.
Donald Trump ya lo consiguió como todo buen buleador que somete al adversario antes de negociar para infundirle pánico y, entonces, ceda a todas sus pretenciones.
El presidente número 47 de Estados Unidos además sufre de “Sordera Testicular”, definida para “aquellas personas que escuchan y entienden perfectamente todo, pero por sus huevos les vale madre lo que digan y hagan todos los demás”.
Así que cada gobierno del mundo podrá sostener reuniones de emergencia para analizar las acciones del mandatario estadounidense, definir estrategias, fijar protocolos y hasta enfrentarlo ojo por ojo, pero en realidad a Trump lo único que le importa es en lo que cree y su amplia base electoral en Estados Unidos le reclama.
Es congruente con sus dichos y hechos. A nadie engañó con sus discursos, igual que Andrés Manuel López Obrador en su sexenio. Fue congruente con lo que creyó y quiso darle a su base electoral.
Al final de cuentas dos perfiles semejantes: mesiánicos con una amplia corte de aduladores.
Lo de Trump es una pérdida de tiempo para negociar. Ya lo hizo en su primer periodo de gobierno. Sólo quiere una cosa para que su adversaria se vuelva en aliada: que Claudia Sheinbaum avale su programa “Quédate en México” para que no asuma EU el costo de la deportación masiva.
México ya lo compensará no aplicándole aranceles.
El punto es que la presidenta de México ya lo dejó en claro: no se acepta que el país termine como patio trasero de la deportación de Estados Unidos.
Ahí están entrampados ambos países. Hasta el 31 de enero se tiene de plazo para acordar, porque el 1 de febrero vendrán los gravámenes del 25 por ciento a todos los productos mexicanos que ingresen a la Unión Americana.
Esa historia ya la vimos con López Obrador y Trump.
