19-09-2024 10:57:05 AM

Amo del espacio público, hasta el final

Por Valentín Varillas

El Zócalo, el espacio público masivo por excelencia, tiene un simbolismo muy especial para el presidente López Obrador y el grupo político que lo acompaña en esta llamada Cuarta Transformación de la vida pública nacional.

Se trata, ni más ni menos, que del epicentro de su movimiento.

Desde el 2006, éste ha sido el escenario de los momentos clave de aquella génesis.

Las acciones de rechazo por el fraude electoral en aquella elección, la toma de protesta de AMLO como “presidente legítimo”, los discursos más incendiarios en donde se denunciaban mafias y complots para evitar su llegada al poder.

La calle terminó siendo el entorno perfecto para la creación y el desenvolvimiento del personaje opositor por antonomasia, en tres elecciones consecutivas.

Por lo mismo, Andrés Manuel siente que ésta le pertenece, que es suya y combate ferozmente a quienes en algún momento la han intentado ocupar.

De ahí que al final, en el clímax de su sexenio, lo haya elegido como plato de su último informe.

Y en este contexto, López Obrador puede desenvolverse a sus anchas.

Sin críticas, sin cuestionamientos, con una fanaticada que todo le cree y todo le aplaude.

Que va ya predispuesta a oír, exactamente lo que quiere oír.

Que más allá de un tema político, asiste a un acto de renovación de fe. 

Y la catarsis resulta impresionante.

Un auténtico fenómeno digno de estudio, desde la óptica de las más diversas disciplinas.

No importa que la realidad sea muy distinta, ni que los presentes vivan todos los días -en carne propia- sus consecuencias.

En este contexto a modo, cobijado por la masa, López Obrador puede transformarse en ese personaje que tanto le gusta interpretar.

Y lo hace como nadie.

No hay un político en este país que se mueva ante cientos de miles de personas con la soltura y confianza que él lo hace.

Siempre llenando la calle, aquel espacio que en teoría es de todos, pero que él lo convirtió en un activo importante de su capital político.

Y el simbolismo es demoledor.

El cubrir con tal magnitud lo “público”, es como volver al útero en donde se gestó la actual realidad política nacional.

En el fondo, en realidad no hubo nada nuevo.

El mismo estilo, el mismo lenguaje, la eterna estrategia de culpar de todo al pasado, minimizando la monumental incapacidad de dar resultados en el presente.

Tal vez, cambiaron únicamente ahora los villanos a fustigar.

El poder judicial y los gringos fueron los principales receptores de los madrazos presidenciales.

De entrada, las más de dos horas de evento terminaron siendo un muy largo compendio de las cerca de mil 400 conferencias “mañaneras” que en seis años nos ha recetado el jefe del ejecutivo federal.

Pero también, una cátedra de cómo la apropiación y el manejo magistral del espacio público, fueron fundamentales para ganarlo todo en lo político, dándole forma a uno de los grupos de mayor poder y control de los que se tenga memoria.

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