Por Valentín Varillas
El presidente López Obrador lo tuvo siempre muy claro: para acabar con el PRI, había que atacarlo desde adentro.
Y la estrategia la operó y diseño inclusive antes de llegar a Palacio Nacional.
El punto de quiebre llegó en el mismo momento en el que todas las encuestas marcaban a Andrés Manuel como ganador de la elección del 2018.
Al mismo tiempo, Enrique Peña Nieto se perfilaba para convertirse en el mandatario peor evaluado de la historia.
En la recta final de su sexenio, el tufo de la corrupción institucional hedía como nunca.
Estas variables se convirtieron en el marco perfecto para signar el famosos pacto de impunidad.
A cambio de no tocar ni al priista, ni a su verdadero círculo íntimo, el tricolor se convertiría en un incondicional aliado de la 4T.
Así, con la supervisión del recién reelegido “Alito”, inició el proceso de desconexión política del otrora “partidazo”.
Cedieron posiciones, rindieron sin pelear los estados que gobernaban y sumaron gustosos a un régimen de control político casi-absoluto.
Cobraron cada uno de sus servicios con creces.
Puebla, en su momento fue un estado pionero de una táctica similar.
Una vez que Rafael Moreno Valle ganó la gubernatura, infiltró a su amigo y cómplice Fernando Morales, para acabar con el tricolor en la entidad.
El Jr. desde la dirigencia estatal del partido, fue desmantelando poco a poco la estructura de obtención de votos del tricolor.
Ya fuera con el millonario pago de favores o bien bajo el yugo de los infaltables expedientes judiciales, todos se doblaron.
El proceso de debilitación fue demoledor, pero no representó el golpe final.
Este vendría con la llegada de la 4T al gobierno.
Los liderazgos priistas se convirtieron en soportes fundamentales de Morena y sus aliados electorales.
Presidentes municipales, diputados locales y caciques en sus respectivas zonas de influencia, entendieron que su futuro político sería mucho mejor si mutaban de color al guinda.
Un ejemplo evidente de lo anterior, fue el proceso interno para elegir al candidato del oficialismo al gobierno del estado.
Los diferentes grupos al interior del PRI cerraron filas con los distintos aspirantes morenistas, olvidándose completamente de la coyuntura en su propio partido.
Así, el Revolucionario Institucional vive hoy conectado a un respirador artificial.
El ridículo del pasado 2 de junio no deja lugar a dudas: el cáncer ha hecho ya metástasis.
Sus verdugos han sido quienes en teoría, tendrían que haberlo dado todo porque siguiera siendo una opción electoral real.
Aquí y a nivel nacional.
Ellos, paradoja cruel, son los únicos beneficiarios de esta realidad
Seguirán ahí, en sus cargos, eternizándose y disfrutando de absoluta impunidad mientras le sigan sirviendo al régimen.
Por eso, serán estériles las supuestas transformaciones.
Con el nombre, colores y siglas que sean, no sacaron la basura que hoy los infecta y por lo mismo, la muerte será inevitable.
El presidente sabe mucho de política real.
Es un maestro en estas lides y lo demuestra todos los días.
La inminente desaparición del PRI, no cabe ninguna duda, es de su autoría.
El alumno superó al maestro y así, el parricidio político se consumó.
Un capítulo más de aquella fábula del “cazador cazado”.
Justicia poética.