Por Valentín Varillas
Candidatos y partidos dudan muchas veces de las encuestas.
Con o sin razón.
En ocasiones, no las consideran confiables inclusive si los números les favorecen.
Sin embargo, el desempeño de los candidatos en el debate de ayer, va de la mano con lo que nos han enseñado todos los ejercicios estadísticos que en materia de intención del voto se han llevado a cabo.
Sabedor que va al frente y con una ventaja importante, Alejandro Armenta salió a administrarla.
A no caer en las sistemáticas provocaciones que de manera obsesiva le lanzó el candidato Rivera.
Evitar un desliz declarativo que tuviera como consecuencia un daño importante en imagen era fundamental para sus intereses.
Fue evidente que, bajo esa lógica, se diseñó y operó su participación.
Que era prioritario el juego defensivo, pero con contraataques sistemáticos que coló de manera eficaz cuando se presentó la oportunidad.
En este sentido, el candidato de Morena le dedicó mucho más tiempo a las propuestas que a los ataques.
A centrarse en su programa de gobierno antes de mutar a lo reactivo, gastando tiempo de manera estéril para contrarrestar el arsenal de lugares comunes que le lanzaron.
Se le vio tranquilo, mucho y de principio a fin, con la certeza de ir punteando cuando faltan escazas tres semanas para la elección.
A Eduardo Rivera se le notó la urgencia de remontar.
A como diera lugar.
La mayor cantidad de tiempo de su participación lo centró en Armenta, no en su programa de gobierno.
Al igual que Xóchitl, vio en el debate su única tabla de salvación.
Y al igual que ella, se dará cuenta que los alcances de los debates están sobredimensionados.
Que en el caso particular de México, estos ejercicios sirven más para reforzar una decisión previa de por quién votar, antes de modificar el sentido del voto.
En todo caso, los indicadores señalan que -en el mejor de los casos- la exposición y contraste públicos de proyectos convencen apenas al 3% de los indecisos a salir a las urnas.
Y no queda claro por quién votarían.
Lo anterior, en un contexto de elección en donde la ventaja entre abanderados es de la magnitud que existe en Puebla, resulta claramente marginal.
Lalo hizo lo que pudo con lo que tenía.
Una alegoría muy precisa del tenor que ha caracterizado toda su campaña.
Morales Martínez tuvo una participación de acuerdo a lo que ha sido siempre en el servicio público: una vergüenza.
Nerviosos, sudoroso, con la inseguridad que da la falta de elemental de conocimiento de los temas a tratar.
Incapaz siquiera de ligar un par de ideas medianamente coherentes, sin trastabillar o equivocarse.
Sin gracia, queriendo improvisar sin saber cómo e intentando sin éxito sacar la cara por lo que se conoce ya como “la nueva política”.
Movimiento Ciudadano será ejemplar en Puebla, porque nuestro estado será la entidad del país que menos votos reporte para el partido naranja.
El debate, más allá de filias y fobias personales, nos mostró que los números ultra-secretos que se manejan en cada búnker de los candidatos, que son tomados muy en cuenta para la toma de decisiones de campaña -ratificaciones y rectificaciones- se parecen mucho a los de la abrumadora mayoría de los que se han publicado en medios nacionales y locales hasta el momento.
No en lo esencial, en lo más importante que es la determinación de ganadores y perdedores, no hubo ni habrá sorpresa alguna.