Por Alejandro Mondragón
La narrativa conduce a los responsables políticos de convertir a Puebla en terreno fértil para la delincuencia.
La línea trazada por la coalición Fuerza y Corazón por México fue el fracaso de la Cuarta Transformación en el combate al crimen y la inseguridad.
Los candidatos, con Xóchitl Gálvez a la cabeza, han señalado que los gobiernos federal y estatales han sido “rebasados por la delincuencia”.
Y en pleno arranque de campañas, lo que prevalece no son las propuestas, sino la nota de roja de los candidatos.
Lo que destaca de la narrativa opositora contra la inseguridad y la delincuencia organizada es que la misma se repite, sin cambiarle ninguna coma, en los nueve estados donde se efectuarán elecciones para gobernador.
Un día difunden los medios que Guanajuato, Jalisco y Tabasco son controlados por el crimen.
Al otro dicen que un presunto cártel amenaza a los gobiernos de Morelos, Veracruz, Yucatán y Ciudad de México porque sus policías están coludidos con el bando opositor.
Y después el grupo contrario señala que eso pasa al revés en Puebla y Chiapas.
Hay hechos delictivos que de inmediato se les da un tinte político para que queden así en la discusión pública. Por ejemplo, Acatzingo donde mataron al candidato morenista a la alcaldía.
Fue la delincuencia, no la política, la que le quitó la vida, como ocurrió con la pareja ejecutada afuera del gimnasio Beats Fitness Center.
El crimen organizado aprovecha cualquier vacío para avanzar siempre, pero en esta campaña eso no importa a los candidatos que han hecho del discurso de la inseguridad su único argumento.
El problema es que si ese contendiente (Eduardo Rivera Pérez, del frente opositor) señala el gobierno ha quedado rebasado, pero esa autoridad emana de su propio partido y radica donde él fue alcalde, entonces el efecto boomerang cobra su cuota.
Es la narrativa opositora que no midió consecuencias.