Por Valentín Varillas
En el discurso hay unanimidades.
Nadie se atreve públicamente a dudar siquiera, de que la encuesta es el método ideal, infalible, para la selección de los mejores perfiles de Morena para competir por un cargo de elección popular.
Es la línea que les han mandado desde Palacio Nacional y la siguen al pie de la letra.
Faltaba más.
Sin embargo, al mismo tiempo, sin descalificar abiertamente los ejercicios estadísticos que norman la toma de decisiones, aspirantes a una candidatura dejan entrever que no confían plenamente en su efectividad.
Quedan exhibidos cuando, obsesivamente, apelan al derecho de casta como reivindicación.
A su sangre pura, a su pasado político -supuestamente inmaculado- y su congruencia ideológica con la 4T.
Pierden de vista, o de plano no saben, que la encuesta valora más que otro reactivo, precisamente aquel que encierra todo lo anterior.
La última pregunta del cuestionario mide la “preferencia como candidato de Morena”.
Y tiene un peso específico de 3 puntos.
A ningún otro se le da un valor igual.
De esta manera, en su propia estructura está considerado ya el blindaje en contra de infiltrados, amigos, compadres y demás ambigüedades que pudieran alterar la voluntad del pueblo.
Porque siguen jurando como obsesivo mantra que el pueblo es el que manda.
Nadie más.
Y que todo lo que se dice y hace en estos tiempos de supuesto cambio político en México es por su bien.
¿O no?
¿O ya no están tan seguros?
Si ni el pueblo ni la encuesta se equivocan ¿de qué se preocupan?
¿Para qué tanto rollo, grilla y nervios?
Además, al interior de la 4T se cree ciegamente en la palabra y acciones del presidente.
Y AMLO ha dado cátedra de pragmatismo al abrirle las puertas de Morena y de sus aliados electorales a perfiles como Jorge Carlos Ramírez Marín, Eruviel Ávila o Rommel Pacheco, por mencionar a algunos.
¿Y entonces?
¿De qué se preocupan?
Deberían relajarse y buscar empatar el decir con el hacer.
Porque de plano hay mucho que no cuadra.
Ya brotaron los primeros signos de rebelión en la Ciudad de México, Veracruz, Jalisco, Tamaulipas y Durango.
En este último, el senador José Ramón Enríquez, al no ser electo como candidato a reelegirse, declaró que en Morena “hay una mafia en el poder” que encabeza Mario Delgado.
Calculó además que en el partido existen por lo menos 100 mil inconformes con las decisiones que se han tomado de cara al próximo proceso electoral.
Este personaje, por cierto, fue el coordinador de la precampaña a la gubernatura de Puebla de Alejandro Armenta Mier.
Seguramente ya no veremos más por aquí, al haberse pasado a las filas de la rebeldía.
Y de qué forma.
¿O hará un papelazo igual al de Ebrard?
Quienes participan en un proceso interno y se mantienen ahí hasta el final, avalan las reglas del juego.
Ganen o pierdan.
La convenenciera postura de descalificarlo todo, cuando los apetitos personales no son saciados, es una muestra más de que no hay nada novedoso, innovador o diferente en la vida interna del Movimiento de Regeneración Nacional.
Como políticos, insaciables, nos siguen enseñando que son iguales a los demás.
Y lo que nos falta por ver todavía.