Por Valentín Varillas
Andrés Manuel López Obrador empezó a trabajar en su sucesión en el mismo momento en el que se sentó en la silla presidencial.
Dicen los conocedores de la teoría del poder, que sólo los auténticos maestros en este complicado arte logran llevarla a buen puerto.
En ese mismo instante, AMLO decidió que fuera Claudia Sheinbaum la elegida.
Y aunque hubo supuestos distractores en el plano mediático, en lo político el presidente nunca nos engañó.
Utilizó a Marcelo Ebrard como hombre orquesta de su gobierno, ante la inminente incapacidad del resto de los miembros de su gabinete para cumplir con sus funciones.
Eso lo puso en la lista de presidenciables por un lapso de tres años.
El enroque que determinó que habían llegado los tiempos de mandar señales a quienes debían de recibirlas, se dio con la llegada de Adán Augusto López a la Secretaría de Gobernación.
El auténtico incondicional de Andrés Manuel se encargó entonces de lo verdaderamente importante para la 4T: repetir por lo menos un sexenio más en la presidencia.
Ahí quedó en evidencia que el famoso “carnal” era nada más el bombero apagafuegos de su amo y nunca el gran operador político con los tamaños necesarios para sucederlo.
Adán se movió con las estructuras, apretó a los gobernadores y les dejó muy clara la ruta electoral del oficialismo.
Como era de esperarse, hoy es el auténtico protagonista del proceso interno de Morena.
Es quien lo valida y legitima.
Adentro y afuera del microcosmos “cuatrotero”.
Por lo mismo, no extraña su integración abierta y directa en el diseño y operación de la estrategia electoral que van a llevar a cabo en el 2024.
¿El pueblo decidió?
Mas bien se jugó un muy audaz ajedrez político en donde López Obrador fue la mente maestra.
Puso al servicio de Sheinbaum la fuerza de sus 33 y medio millones de votos, el poder de toda la maquinaria pública del gobierno federal y los reflectores de esa enorme caja de resonancia que son las famosas mañaneras.
Esas que sirvieron, entre otras cosas, para defenderla a mansalva y salvarla de una potencial catástrofe política y en imagen, producto del accidente de la Línea 12 del Metro.
“El pueblo pone y el pueblo quita”- vende en el discurso el presidente.
El mismo que en el discurso se asume como la única representación física de la patria.
Esa que, sobra decirlo, tiene como componente principal precisamente al pueblo.
“El pueblo soy yo”-es una versión mucho más certera de la realidad política que vive hoy el país.
Entonces, con esa redefinición, sí es real que fue el pueblo quien eligió a Claudia como candidata a la presidencia.
Lo demás, es una monumental simulación.
El famoso ytradicional dedazo, pésimamente disfrazado de democracia.