19-04-2025 06:18:54 AM

Ganar el espacio público

Por Valentín Varillas

 

Cada vez que se convoca a marchas, concentraciones masivas o manifestaciones, se detona un auténtico choque de trenes entre el oficialismo y la oposición.

Más allá de las reivindicaciones, se priorizan las cifras.

De entrada: el número de asistentes.

Por mucho, el rey de los indicadores.

El “macho alfa” que refleja el tamaño del músculo.

Ese poder de convocatoria que se manipula a conveniencia, dependiendo del extremo en el que cada uno se encuentre.

Y se vale de todo.

Truqueo y manipulación de imágenes, planos y tomas parciales, testimonios sesgados, son apenas modestos ejemplos de lo que vemos, sobre todo en las redes sociales, con tal de ganarse a la opinión pública.

Este esfuerzo podría parecer a simple vista pueril.

Una triste muestra de cómo se ha ido “infantilizando” de manera sistemática e irreversible, el debate público nacional.

Sin embargo, en este caso específico, existe mucho más fondo del que se aprecia a simple vista.

El Zócalo, el espacio público masivo por excelencia, tiene un simbolismo muy especial para el presidente López Obrador y el grupo político que lo acompaña en esta llamada Cuarta Transformación de la vida pública nacional.

Se trata, ni más ni menos, que del epicentro de su movimiento.

Desde el 2006, éste ha sido el escenario de los momentos clave de aquella génesis.

Las acciones de rechazo por el fraude electoral en aquella elección, la toma de protesta de AMLO como “presidente legítimo”, los discursos más incendiarios en donde se denunciaban mafias y complots para evitar su llegada al poder.

La calle terminó siendo el entorno perfecto para la creación y el desenvolvimiento del personaje opositor por antonomasia, en tres elecciones consecutivas.

Por lo mismo, Andrés Manuel siente que ésta le pertenece, que es suya y combate ferozmente a quienes ahora se la intentan arrebatar.

Pierde de vista que él ya es gobierno.

Y que la toma del espacio público, históricamente, a lo largo y ancho del planeta, por lo general lleva la bandera “anti-sistema”.

De esta manera se entiende que, en este tema en específico, el presidente se vuelva reactivo, no proactivo como lo ha sido entrando ya a su quinto año de gobierno.

Él que desde las mañaneras dicta la agenda mediática nacional.

El mismo que, con sus intencionales pifias o banalidades, distrae a los opositores de los verdaderos problemas nacionales.
Aquellos que, en su mayoría, no sólo no han sido atendidos correctamente por su administración, sino que han crecido de manera exponencial.

Si los partidos y organizaciones convocan a tomar las calles, por cualquier motivo, viene como respuesta inmediata una acción similar, con la misma intensidad, pero en sentido contrario.

Y así estamos como país.

Mientras los liderazgos más representativos de este complicadísimo México de hoy, pareciera que se han enfrascado en un interminable juego de “vencidas”, los ciudadanos de a pie -los que no tenemos partido y abandonamos ya cualquier simpatía hacia cualquier signo, logo, colores o ideología- estamos condenados a un segundo plano.

¿A ver cuándo dedican el mismo tiempo, dinero y esfuerzo para poner siquiera las bases para resolver los grandes problemas nacionales?

Esos que, se van heredando sexenio tras sexenio y que, en términos de prioridades, quedan siempre muy por debajo de este maldito show.

 

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