Por Alejandro Mondragón
Cada seis años se ha planteado el recambio generacional, cuya clase política sigue la suerte del jefe del poder en turno.
Manuel Bartlett Díaz ignoró la herencia de personajes del piñaolayismo e importó a la nómina estatal a sus operadores para encargarse del control político con Jaime Aguilar Álvarez y José María Morfín Patraca y de negocios con Jesús Hernández Torres y Mauro Uscanga.
En ese sexenio aparecieron perfiles de nueva clase política que hasta la fecha siguen: Jorge Estefan Chidiac e Ignacio Mier Velazco, quien dejó al PRI para instalarse en Morena.
Con Melquiades Morales se dio una amalgama de dinosaurios para la operación política y abrió la puerta a su nueva clase política con Rafael Moreno Valle, quien desde la Secretaría de Finanzas construyó su modelo para convertirse en gobernador sin importar la filiación ideológica.
Mario Marín gobernó con su grupo compacto (Javier López Zavala, Valentín Meneses, David Villa Issa y Javier García Ramírez). El personaje que trascendió cobijado por el marinismo fue el hoy senador morenista, Alejandro Armenta Mier. Es lo que queda, porque los accesorios siguieron la suerte del principal.
Rafael Moreno Valle mantuvo al grupo compacto de Finanzas y con ellos creó su modelo de negocios para hacer dinero desde el poder. Ahí estuvieron Fernando Manzanilla, Eukid Castañón, Jorge Aguilar Chedraui, Marcelo García Almaguer, Luis Maldonado Venegas y Eduardo Tovilla. La muerte del jefe político también se llevó a sus operadores.
Hasta aquí lo que unificó a la clase política fue la impunidad que brinda el poder para construir fortunas insospechadas ante el silencio casi generalizado de poblanos y poblanas.
El gobernador Miguel Barbosa adelantó que ahora nace una nueva clase política sustentada en causas populares y una real conciencia social, alejada de fantoches que en pasado se volvieron millonarios.
La historia le da la razón.