Por Alejandro Mondragón
El más fuerte manotazo que dio Rafael Moreno Valle a los panistas para dejarles en claro que era él y nadie más quién mandaba en el partido fue en la primera sesión del consejo blanquiazul, como instituto político ya en el poder.
Apenas había tomado posesión del cargo cuando el entonces gobernador ordenó que el mismo día de la reunión panistas fuera detenido a la vista de todos el particular de Ana Teresa Aranda, Pedro Baroja.
Un operativo policiaco se montó afuera del hotel de la familia Von Raesfeld para esposarlo y llevárselo, acusado de peculado como edil de Palmar de Bravo. Ni 20 mil pesos sumaba el desvío.
Era una posición de fuerza ante El Yunque para dejarle el claro que el PAN era de él.
Hoy Moreno Valle ya no está.
Tampoco Eukid Castañón.
Ni Jorge Aguilar Chedraui.
Menos Martha Érika Alonso (q.e.p.d).
No queda nadie de aquellos que manejaron el PAN y operaron para arrebatárselo a El Yunque.
Y la pregunta, ¿ni así pueden con Genoveva Huerta?
El partido está en manos de los últimos resabios del morenovallismo, sin que nadie lo pueda remediar.
Los opositores se han ido por el camino errado de impugnar la figura de género para impedir la reelección de Genoveva, pero no les alcanza.
Está claro que la injerencia morenovallista fue estructural en un partido hoy metido más en el pragmatismo que el dogma de las buenas conciencias.
El Yunque ha perdido al PAN sin que como oposición interna haya generado figuras de contrapeso, con mujeres que compitan.
La Organización pudo festinar por horas la cancelación del consejo para definir a la comisión organizadora de la elección de lideresa estatal, porque se la volvieron a imponer.
Ya no quedan las adelitas, sino las abuelitas azules.
Eso y lo mismo es nada.