Por Alejandro Mondragón
Contra viento y marea, este domingo es la Consulta para determinar si se enjuicia o no a los expresidentes de México.
Un ejercicio alentado por el mandatario Andrés Manuel López Obrador, pero en el que no participará porque para él hay que ponerle punto final.
Una votación que dispone de una ambigua pregunta que en su interpretación más directa está en si queremos que se chinguen a Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto.
Un árbitro que no ha fijado las reglas claras, desde la promoción de la consulta hasta la ubicación de los centros de votación.
Y el debate entre quienes se oponen a la consulta contra los que la defienden a capa y espada.
Lo cierto es que será un pequeño paso en la democracia del país, pero un gran salto contra la impunidad en México.
La participación ciudadana definirá si este ejercicio llegó para quedarse o de plano se siguen con los acuerdos en lo oscurito en cada relevo sexenal.
La derecha opositora que toda la vida impulsó la democracia participativa, hoy se niega a ella, porque cree que la consulta por si misma enjuiciará a los expresidentes cuando existen instancias judiciales para ello.
En la forma se ha quedado el debate, porque el fondo se pierde ante tanta estridencia. La consulta dota al ciudadano de poder decir sí, investiguen a los exmandatarios, y una vez que concluyan las indagatorias que se proceda o exonere.
Es simple, pero nos cuesta tanto entender que este país cambió, porque además aún se requiere el 40 por ciento de participación para que los resultados sean vinculantes.
Reitero que se requiere un principio. La consulta del domingo es la llave que abre la puerta para que nunca más se salgan con la suya, los dueños del poder en turno.
