Por Alejandro Mondragón
De los gobiernos más reacios a la reapertura económica y social, el de Puebla transitará irremediablemente por el reinicio de labores.
Es inevitable, ineludible. Factores económicos, pero sobre todo políticos obligarán a reabrir todo con las medidas sanitarias extremas, pero al final de cuentas Puebla también le entra.
Es insostenible la crisis económica para una entidad que reporta una depresión industrial, la ruptura de la cadena productiva, un galopante desempleo con el riesgo de protestas callejeras y un repunte en la delincuencia.
Quizá el elemento toral, valorado a nivel federal y aceptado tácitamente en el ámbito estatal, es llegar a las elecciones del 2021 en medio del desprestigio social por el derrumbe económico.
Sin dinero, pero particularmente sin votos, se prendieron los focos rojos para los propósitos de la Cuarta Transformación.
Perder el Congreso federal, además de la legislatura local y la mayoría de los municipios, bien valen una reapertura. El descontento reflejado hoy en una presión económica y social es insoslayable.
Reiniciar labores productivas tampoco equivale a votos para Morena, pero sí representa una válvula de escape ante la forma en que opositores han ido construyendo un escenario de ingobernabilidad para paralizar a la 4T.
Si el control gubernamental de la crisis del coronavirus con la sana distancia y decretos para usar cubrebocas y hasta el Hoy No Circula fueron dolores de cabeza, la reapertura será lo equivalente a una migraña de grandes proporciones.
Impulsar la recuperación económica con el potencial riesgo de contagios masivos es algo que ni a los peores enemigos debe deseárseles.
Sin el sistema educativo abierto, tocará a las empresas asumir buena parte del costo político que representará la reapertura. A los gobiernos corresponderá la otra parte.
Lo cierto es que la reapertura hoy no tiene vuelta.