Por Alejandro Mondragón
Por la libre o por consigna actuará el nuevo auditor de Puebla, Francisco Romero.
Ese es el dilema que empiezan a formularse autoridades de instituciones y Ayuntamientos que la semana pasada recibieron oficios de auditorías, calificadas de “bien perras”.
Históricamente los auditores responden en función de los intereses del gobernante en turno. En esta ocasión, Luis Miguel Barbosa ha dejado en claro que se mantuvo ajeno al proceso de elección del auditor e incluso hasta se deslindó de cualquier cercanía.
¿Acaso Romero actúa en función de los intereses de la fracción parlamentaria de Morena, encabezada por Gabriel Biestro?
¿O será que el auditor Romero, sin el menor rubor, comenzó a cobrar viejas afrentas o entró al revanchismo político?
Mala señal sería para la rendición de cuentas y la transparencia que en aras de vendettas, se siga usando a la Auditoría Superior del Estado como garrote político.
Ya la historia la vivimos los poblanos en los sexenios de Melquiades Morales, Mario Marín y Rafael Moreno Valle para que no se aprenda la lección.
Si las revisiones forman parte de procesos en marcha, ya previstos en la dinámica será sano, pero si por la fobia del auditor Romero se señalan instituciones o personajes, entonces tenemos un grave problema.
El garrote político perdurará hasta que una nueva autoridad prometa en campaña para meter, y una vez metido, olvidar lo prometido.
Sereno, Romero, sereno.