Por Valentín Varillas
A partir del fatal accidente en donde perdieron la vida la gobernadora Martha Érika Alonso y el senador Rafael Moreno Valle, se han tejido varias hipótesis que intentan explicar las razones del consecuente y acelerado desmantelamiento del grupo político que se forjó alrededor de su figura.
Es evidente que no existe una respuesta única que alcance a explicar en su totalidad, la dimensión de semejante pérdida de capital político en un espacio tan corto de tiempo.
Sin embargo, el tema de la red de espionaje que operó en el sexenio de Rafael Moreno Valle pudo haber sido un factor importante de erosión a la unidad del grupo compacto que formó el ex gobernador antes, durante y hasta después de su administración.
La publicación, en agosto de 2017, de los nombres de quienes fueron intervenidos en sus comunicaciones personales y la posesión de conversaciones comprometedoras que involucran directa e indirectamente al círculo más íntimo de Rafael, fue en los hechos un auténtico misil que pudo abonar a la fractura del núcleo de la burbuja morenovallista.
Y es que, en el ánimo de muchos de los aludidos caló muy hondo que hayan sido colgados, no ellos -algo que ya sabían-, sino sus familiares más cercanos.
Esa fue la transgresión máxima.
“Conmigo lo que quieran, pero con mi familia no”- expresaron en su momento quienes ocupaban cargos de altísimo poder e influencia en la política y el servicio público poblanos y a nivel federal.
El tema de las grabaciones se salió de control.
La desconfianza entre quienes en apariencia se habían mantenido unidos contra viento y marea, se convirtió en un virus infeccioso, incontrolable y altamente contagioso.
Fue peor cuando se dieron cuenta de que, cada uno de los involucrados en la red de espionaje, se había protegido grabando a quienes ocupaban un lugar más arriba en esta cadena de mando.
El efecto, mortal para la unión y pertenencia de grupo se multiplicó.
Sin embargo, alrededor de la figura de Martha Érika, se lograron tejer algunos acuerdos cortoplacistas que simulaban que todos jalaban parejo, para el mismo lado.
La coyuntura electoral y la posibilidad de extrapolar el modelo de gobierno seis años más, fue el adhesivo que los mantuvo aparentemente juntos, en pleno momento de definiciones.
Pero fue entonces cuando llegó el conflicto postelectoral.
Algunos miembros “del grupo”, cayeron en pánico porque veían como un hecho el escenario de la anulación.
Así actuaron, precavidos, sigilosos, llevando a cabo acercamientos y pactos de no agresión con quienes en el papel eran no únicamente adversarios, sino enemigos a muerte.
Cuando vino el sorpresivo fallo de los magistrados pertenecientes a la Sala Superior del Tribunal Electoral federal, quisieron regresar al redil pero ya no había manera.
Se cuidaron las formas, se siguieron los protocolos públicos básicos de la cortesía política, pero el tufo de la traición apestó las lealtades y aniquiló proyectos a futuro.
En este complicado contexto se dio la caída del helicóptero y la muerte de las dos únicas figuras capaces de aglutinar intereses, calmar apetitos y ubicar a quienes en su momento sintieron que podían brillar más que el sol.
La silenciosa rebelión de la corte acabó, irremediablemente, con todo y con todos.