Por Valentín Varillas
Fue el ex gobernador Mario Marín Torres, el que movió cielo, mar y tierra, con tal de que se echara para atrás la posible designación de Javier López Zavala como Secretario de Desarrollo Social en el interinato de Guillermo Pacheco Pulido.
Los viejos agravios pesaron y mucho, en el regreso del chiapaneco al servicio público poblano.
Y es que, a este par que hace una década parecía haber sellado pactos irrompibles de lealtad e impunidad, los enfrentó irremediablemente el proceso electoral del 2010.
Las heridas fueron mortales y permanecen abiertas; siguen supurando pus.
Zavala se sintió traicionado.
Honestamente pensaba que existían las condiciones para derrotar a Moreno Valle.
Si no por capacidad o por proyecto, sí por lo que pudiera pesar la operación electoral y de recursos desde el gobierno estatal.
El candidato esperaba que la estructura caminara con la precisión de un reloj suizo, tal y como lo había hecho en la elección federal del 2009, en donde el marinismo había conseguido una victoria contundente en todos, absolutamente todos los distritos que estuvieron en juego.
Sin embargo, eso nunca llegó.
El dinero, materia prima fundamental para ganar elecciones -en la óptica zavalista- jamás fluyó como debería de haberlo hecho.
Eso impidió el cumplimiento de acuerdos con quienes tenían responsabilidades específicas en las tareas de promoción, definición de estrategias y obtención de votos.
Mientras, en el búnker morenovallista fluían alegremente los recursos obtenidos gracias a los buenos oficios de Elba Esther Gordillo, suficientes para comprarlo todo y a todos.
Imposible competir.
El sospechosismo de López Zavala llegó a su cénit el mismo día de la elección, cuando vio a un Mario Marín muy tranquilo, impasible, ser testigo de una madriza electoral en ese momento sin precedentes en la historia del PRI poblano.
La calma del entonces gobernador no correspondía a la emergencia política del momento.
Se iba decretando lenta, pero contundentemente, la muerte política del marinismo como grupo hegemónico en Puebla y el general, la cabeza, el líder, esperaba tranquilo, resignado, el cadalso.
Raro, muy raro.
El error de Marín, fue no haberle corrido la cortesía a su “delfín” de avisarle por lo menos que, en una negociación del más alto nivel, había ya entregado el estado para evadir cualquier responsabilidad jurídica por el caso Lydia Cacho.
La extraña, sorpresiva votación de la mayoría de los ministros de la SCJN, fue la moneda de cambio.
A partir de la derrota, Zavala empezó a trabajar en lograr un acercamiento con Moreno Valle, a tal grado de que se convirtió en un eficiente operador con sus enemigos políticos y valiosa fuente de información privilegiada sobre sus adversarios y detractores.
Gracias a esto, Rafael tuvo los elementos necesarios para “salir de cacería” y aplacar a través de la amenaza y de procedimientos legales, a quienes podían estorbarle en su objetivo de hacerse del control político absoluto del estado.
Esta supuesta traición, o vendetta, según la óptica con la que se analice, no gustó nada a Marín y compañía.
Al contrario.
Tampoco gustaron los duros deslindes de Zavala del marinismo, cuando llegaban coyunturas electorales específicas en donde le interesaba participar.
La relación se rompió de manera irreversible.
Aunque no pasó de ser un garlito mediático fomentado por el propio Zavala, en su momento sí se manejó su nombre en la primera baraja de posibilidades para integrarse al gabinete interino.
Sin embargo, el nuevo reacomodo de fuerzas en la política poblana, en donde han resucitado quienes hasta hace muy poco tenían vigentes sus respectivos certificados de defunción, acabó con el sueño zavalista de salir de la banca y reintegrarse a la vida pública poblana.
No se ve mejor su futuro inmediato, si se confirma próximamente la llegada de Miguel Barbosa al gobierno estatal.