Nuevamente, escritores, editores y distribuidores de libros unen esfuerzos para presionar al Senado de la República para que retome la iniciativa de Ley para el Fomento del Libro y la Lectura, aprobada hace año y medio por ambas cámaras del legislativo federal, pero vetada inmediatamente por el entonces presidente Vicente Fox.
A pesar de que en su momento y de manera inexplicable el tema no tuvo la cobertura mediática que ameritaba, no se trata de un asunto menor.
La decisión del expresidente Fox de vetar la Ley del Libro fue, sin duda, una de las aberraciones más escandalosas del anterior sexenio.
Este marco jurídico- previamente aprobado por las Cámaras de Senadores y Diputados del Legislativo federal- tenía como punto central la homologación del precio de mercado de los libros que se venden en este país, lo que hubiera ocasionado no sólo que los libros dejaran de ser “artículos de lujo” por su elevado precio, sino que además, generaría un aumento inmediato en las ventas de editoriales y librerías, actualmente afectadas por una de las peores crisis de su historia.
Pues sí, por primera vez ambas cámaras le daban forma y aprobaban una ley benéfica para todos los sectores involucrados en la industria editorial- desde escritores hasta consumidores finales- facilitando la posibilidad real de masificar el hábito de la lectura de los mexicanos- que por cierto anda en niveles de menos de medio libro por año por habitante- y todo se vino abajo por el veto presidencial.
El argumento que según Fox explica el veto fue memorable: la defensa de la libre competencia en México.
Sí, para el anterior gobierno federal el libro era tan sólo un artículo de consumo más cuya edición, distribución y venta no merecían ser sometidos a un marco jurídico especial que le permitiera llegar al mayor número de mexicanos posible.
Para ellos, el dios mercado dictaba su catecismo personal y obligatorio y jamás entendieron que uno de los principales problemas de la industria editorial nacional es ese agobiante centralismo que ocasiona una real marginación de la cultura.
Los grandes libros, las más valiosas ediciones y los precios más o menos accesibles hoy están disponibles sólo en las grandes metrópolis.
Sólo así puede explicarse el número elevado de librerías que cierran cada año en varios municipios del país y el que en la mayoría de las comunidades del territorio nacional no exista ni siquiera uno de estos establecimientos o bien una biblioteca más o menos surtida.
Por si fuera poco, la manera en la que actualmente se maneja la industria editorial en México ha permitido que el mercado se llene de ofertas de grandes saldos de ediciones más bien mediocres, que se adquieren varias veces hasta por kilo, y que son vendidos a los consumidores en forma de remates.
La ausencia de una política de precio único que regule la venta de libros en ha ocasionado también la imposición de “modas” de lectura por parte de las editoriales, banalizando la oferta a través de la aplicación de una política de distribución y promoción única de los llamados “best-sellers”, marginando no sólo a los grandes clásicos sino a los nuevos creadores de obras de mucho mayor valor estético y literario.
¿Somos lo que leemos?
Pues vaya panorama el que nos espera en el corto plazo.
Además, el veto foxista a la Ley del Libro fue una muestra contundente del perfil del grupo político que desgraciadamente gobernó el país por seis años: banal, superficial, pragmático, pero sobre todo, monumentalmente ignorante.
En este contexto, vuelven a adquirir importancia aquellos deslices presidenciales del “José Luis Borgues” y del “no lean si quieren ser felices”.
No se trata de hechos aislados; aquí se demuestra con hechos y dichos el severo desprecio que Fox y su equipo tienían por la actividad intelectual y la clara intención de seguir al pie de la letra aquella política de fomento a la ignorancia, característica de los nefastos gobiernos priistas al convertir esta fobia particular a la lectura en políticas públicas de observancia general y obligatoria que afectan a todos por igual.
Y es que un pueblo ignorante no pregunta, no cuestiona, no llama a cuentas.
El problema real radica en la aparente imposibilidad de romper con este peligroso círculo vicioso que impide que la mayoría de los mexicanos descubra la lectura como un hábito placentero y no la considere sólo parte de una tediosa obligación escolar.
La mal entendida y tan defendida “libre competencia”, en este caso particular, ha tenido como consecuencia el hundimiento de una industria que en algún momento en este país fue próspera activa.
Hoy las cosas pueden y deben cambiar.
Si nuevamente ambas cámaras del legislativo discuten y aprueban este marco jurídico, la industria editorial mexicana tiene todavía esperanzas de resucitar.
Y es que, si se cumple este escenario, un nuevo veto presidencial parece imposible.
Calderón no piensa como Fox, no actúa como Fox y sin duda, no es un analfabeta funcional como Fox.
Además, no se puede cometer la misma estupidez dos veces.
¿O sí?
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