Por Alejandro Mondragón
El grave problema de la inseguridad en Puebla, en el arranque de la nueva administración municipal, tampoco está afuera, sino adentro.
Sí, en la médula ósea de la Secretaría de Seguridad Pública y Tránsito Municipal, donde todo está de cabeza.
El primer círculo de la secretaria Lourdes Rosales Martínez es sujeto de traiciones, nepotismo e incompetencia.
La jefa del Estado Mayor Policial es María del Carmen López Martínez, sin trayectoria ni experiencia, pero goza de la más absoluta confianza de Rosales Martínez para ir a hacerle los mandados.
Ella lejos de protestar, asume su responsabilidad con pasión, porque percibe la nada despreciable cantidad de 70 mil pesos mensuales, dispone de vehículo oficial y escoltas.
La austeridad republicana de López Obrador se la pasan por el arco del distribuidor Juárez-Serdán.
El director administrativo es otro amigo de la alcaldesa Claudia Rivera Vivanco. Se llama José Federico Ismael Crespo, cuya última labor estuvo en el INEGI.
Entre la asignación de plazas que se disputa con otros secretarios de la alcaldesa, hace su negocio.
Y para rematar, aparece Luis Enrique Apodaca Primo. Este personaje figura como director de la Academia de Policía con un pasado turbio en el cobro de cuotas en el penal de San Pedro Cholula.
Rosales Martínez debería saber que este empleado suyo filtra toda la información de su área al C5, donde el personal lo llama Jefe del Estado Mayor. Hágame el chingado favor.
Lo peor de todo es la presencia en la Secretaría de Seguridad Pública y Tránsito Municipal de Héctor Guerra Montiel, uno de los fundadores de La Hermandad. Ante los desatinos de la titular, presume ser el relevo natural.
El personal de la dependencia desconoce su futuro frente a la ausencia de un plan de trabajo. De ahí que cada vez que la alcaldesa Rivera Vivanco se lava las manos ante la inseguridad, tooooodos voltean a ver al Estado Mayor de la secretaria Rosales para sonreír.
