Por Alejandro Mondragón
Dos vías ha construido Andrés Manuel López Obrador para Puebla, en la coyuntura del conflicto postelectoral.
Y no es que lo ande presumiendo, sino es lo que se nota.
La ruta política que responde más a expresar su respaldo a la causa de Luis Miguel Barbosa para tener calmada a la tropa de Morena y el Bronx legislativo que les urge sangre morenovallista.
Ahora sigue el discurso de estar al margen de cualquier controversia hasta que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, resuelva.
La otra vía tiene que ver con lo institucional, donde un papel clave lo juega la alcaldesa electa, Claudia Rivera, quien aplica la máxima de López Obrador: transición sin ruptura.
El presidente electo sabe que sin información clave difícilmente se podrá cumplir con los compromisos de campaña. De ahí que Rivera cumple su parte.
El coordinador de Política y Gobierno, César Yáñez, es la llave de todo.
López Obrador así como mantiene firme su respaldo a la impugnación, también abre espacios de negociación institucional, mediante otros dos personajes más: Rodrigo Abdala, próximo superdelegado de Puebla; y Esteban Moctezuma, titular de la SEP.
Tampoco se equivoca porque todo se circunscribe al ámbito de gobierno, no de poder. Es decir, los encuentros son con el gobernador Antonio Gali; y el alcalde Luis Banck. Nada más.
Así, López Obrador se prepara para que la resolución del Trife no lo deje sin interlocución con autoridades legítima y legalmente constituidas.
Al final, la política es de acuerdos.
Lo electoral va en una ruta, lo institucional en otra, pero ambas paralelas.
Difícil lidiar con gavilanes y palomas de Morena, pero el único que lleva el juego es López Obrador.
Tan sabe lo que quiere que en esta etapa no compromete su figura con una vista a Puebla, aunque tampoco rompe. Sólo espera tan leeeento como un discurso ante banqueros mexicanos.
Eso de que a la chingada las instituciones, quedó en un mito.
