El deseo de solucionar un problema prioritario como la hambruna global, mediante la producción a gran escala de alimentos transgénicos, “es una vía válida, pero tampoco se debe dejar al margen que el aumento de la pobreza extrema está aunada al acaparamiento de riqueza en manos de unos cuantos”, indicó la doctora Rocío Pérez y Terrón, Titular del Laboratorio de Biología Molecular y Genética de la Escuela de Biología de la BUAP.
La Investigadora explicó que los alimentos transgénicos son aquellos que han sido modificados en su material genético, incorporando genes de otro organismo para adquirir o potenciar una característica deseada.
Desde su origen, los alimentos transgénicos han planteado interrogantes acerca de la existencia de riesgos para la salud humana, sin embargo, éstos no han sido probados, aunque tampoco se niega la probabilidad de su presencia.
“Entre los principales riesgos que se mencionan están que estos alimentos pueden actuar como alérgenos; también como sustancias tóxicas para el organismo que pueden alterar la actividad metabólica. Uno más es que, debido a la transferencia horizontal de material genético, se modifique a bacterias que son patógenas para el hombre, creando en éstas resistencia a los antibióticos”, aseveró la Catedrática.
A pesar de esto, los alimentos transgénicos son una opción al problema social del hambre a nivel mundial, pero la cadena productiva alimentaria se ve alterada por la acción de los intermediarios, “ya que los productores deben dar regalías por derechos de patente, así como costos de uso a sus proveedores, quienes son principalmente los que se ven beneficiados con los recursos económicos”, agregó.
La utilización de los transgénicos, señaló la doctora Pérez y Terrón, “permite tener alimentos de uso primordial de buena calidad y a precios accesibles, lo que es imperativo para poblaciones económicamente desprotegidas, ayudando así a la disminución del hambre. De este modo, se tiene un alimento de buena calidad y de producción durante casi todo el año, por lo que su precio se mantendrá relativamente estable”.
La Investigadora dijo que “el consumidor puede reconocer los alimentos transgénicos, pues deben estar etiquetados como tales, según lo aprobó el Congreso de la Unión en 2004, dentro de la Ley de Bioseguridad de acuerdo con el Protocolo de Cartagena, que avala la creación, desarrollo y comercialización de productos transgénicos”.
En la antigüedad, ya se realizaba una mejora de plantas por selección artificial. Al conocerse el proceso de reproducción sexual en vegetales, se realizó el primer cruzamiento de géneros y modificaciones a las plantas con la utilización de rayos X, pero fue hasta 1983 cuando se produjo la primera planta transgénica, y en 1994 fue aprobada la comercialización del primer alimento genéticamente modificado que fue el tomate.