Por Valentín Varillas
Corría el año de 2012.
La catástrofe electoral panista estaba ya consumada.
De ocupar la presidencia de la República, la derecha institucional nacional pasaba a ser tercera fuerza política.
El gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle, con casi dos terceras partes de su sexenio por delante, tenía dos opciones: erigirse como la nueva figura de autoridad al interior del blanquiazul y enfrentar al nuevo gobierno priista o buscar condiciones de entendimiento y amarres con él.
Optó por la segunda.
Si bien, paralelamente, llevo a cabo una estrategia para apoderarse del centro neurálgico de la toma de decisiones del partido, la cercanía con Peña Nieto y su grupo resultó evidente desde el inicio de la coexistencia.
El amasiato ha resultado sumamente rentable para ambas partes.
El mandatario poblano disfruta todavía de un trato privilegiado por parte de la Federación, lo que año con año se refleja en el monto del presupuesto asignado para la entidad.
El presidente, por su parte, encontró en Moreno Valle un aliado mucho más efectivo, útil y leal que los gobernadores emanados del Revolucionario Institucional.
Anécdotas sobran para ilustrar lo anterior.
Peña y su círculo cercano hallaron también en Puebla un auténtico paraíso para la realización de jugosos negocios al amparo del poder.
Hasta ahí, todo muy bien.
Sin embargo, en términos de política real, las cosas no han resultado tan benéficas.
La cercanía del gobernador con Peña no es bien vista por la enorme mayoría de militantes y simpatizantes de Acción Nacional, lo que ha frenado el crecimiento potencial del proyecto 2018.
Las encuestas y la frialdad de los números así lo demuestran.
Si en aquel 2006 hubiera optado por privilegiar al panismo, el poblano tal vez sería ahora la opción más competitiva del blanquiazul para pelear su regreso a Los Pinos.
A la par, la figura presidencial se cae de manera dramática, lo que en el escenario anterior hubiera beneficiado enormemente el anhelo presidencial del gobernador.
Peña Nieto terminará su sexenio como el presidente peor evaluado de la historia y en la debacle arrastrará a todo lo que se encuentre cercano a él.
Actualmente, la alianza con el grupo presidencial ya parece arrojar más negativos que positivos para el poblano.
Sin embargo, en su momento se optó por seguir al pie de la letra aquella máxima política que recomienda “no enfrentar, bajo ninguna circunstancia, al presidente”.
Hacerlo sería, usando sus propios términos: “una locura” o bien “un suicidio político”.
Viendo el caso de Javier Duarte y de los ex gobernadores perseguidos por la justicia, tal vez tengan razón, aunque vaya de por medio -por el momento- el sueño presidencial.