Por: Valentín Varillas
El discurso que vino a dar a Puebla el nuevo líder del PRI, Enrique Ochoa Reza, puede ser considerado como impecable desde el punto de vista de la retórica política y del papel que debe de jugar ahora como novel tlatoani del Revolucionario Institucional.
Al más puro estilo de los pastores brasileños de “Pare de Sufrir”, el aliado incondicional del presidente Peña apeló a sentimientos, emociones, al supuesto orgullo que sienten los priistas de ser tales y a la infaltable promesa de que los mejores tiempos están ya, por fin, a punto de llegar.
La militancia salió feliz.
Las cuentas en redes sociales de quienes se autoproclaman como parte de los liderazgos de lo que queda del partido en Puebla se atiborraron de fotos, selfies, retweets y extractos de las palabras que más mella hicieron en su hinchado corazón tricolor.
La cereza en el pastel fue el pronóstico de que en el 2018, las puertas de Casa Puebla se abrirán nuevamente para ellos.
¿Será?
Y es que, en los eventos que encabezó Ochoa Reza en Puebla, no se mencionó siquiera la situación de auténtica emergencia que vive el PRI en este estado.
Que lejos de aumentar su votación, en seis años de oposición pasaron de los poco más de 850 mil votos, a poco menos de 597 mil.
Que su voto duro ya no le alcanza para ganar elecciones.
Que buena parte de su estructura electoral está hoy desmembrada.
Que quienes la mantenían funcionando se “vendieron” a los intereses del morenovallismo y hoy juegan en la cancha del contrincante.
Que han fracasado monumentalmente para darle forma a una propuesta electoral atractiva para la sociedad poblana, que pudiera compensar los votos que han perdido, año con año, de manera sistemática.
¿Y entonces?
La única manera de analizar las palabras del líder tricolor bajo la óptica del más puro realismo, sería en el contexto de una negociación al más alto nivel y en donde se haya pactado el regreso del PRI a la gubernatura de Puebla en el 2018.
Que el presidente Peña necesite una victoria en el estado para abonar a las posibilidades de triunfo de su candidato.
Que de esta manera se cobre las facturas de no haberse metido a operar a fondo en los procesos locales del 2013 y 2016, fundamentales para los intereses y vigencia del morenovallismo.
Que se elija a un perfil mediador, que no polarice y que garantice el cumplimiento escrupuloso de los acuerdos, empezando por el más importante: el de la impunidad.
El escenario parece poco probable.
La caída del PRI a nivel nacional parece, a menos de dos años de la elección presidencial, irreversible.
La pérdida de estados claves en su aportación de votos al padrón electoral no les ayuda.
Tampoco abonan los bajísimos niveles de aprobación y popularidad que muestra el presidente en prácticamente todas las encuestas.
No, la permanencia en Los Pinos no se ve fácil.
Ni siquiera con la competitividad natural que te dan los millones del presupuesto federal que se gastarán para este fin.
Es más, hablando de pactos, hoy parece más probable la concreción de uno que tenga como punto central el que el gobernador de Puebla y su grupo mantengan el control político del estado, a cambio de sacrificar el proyecto presidencial y abonar a la conformación de un eje “anti-AMLO” que impida que el tabasqueño gane la presidencia.
Este sería la base de aquel sueño continuista que materializaría la instauración del maximato del siglo XXI en Puebla.
A la carta