Por: Valentín Varillas
El pragmático maridaje entre lo más extremo de la derecha poblana y el neo-panismo representado por el grupo del gobernador Rafael Moreno Valle se encuentra ya en un inevitable punto de quiebre del que no puede haber regreso.
La suma de agravios se adereza diariamente con un nuevo capítulo de desencuentros que abonan a ahondar aún más la ya de por sí profunda fractura.
Las anécdotas del inminente divorcio pueden contarse por decenas en los meses más recientes y tienden a crecer de manera exponencial a medida que se acercan importantes coyunturas electorales como el proceso local del próximo año.
El voto en contra de la aprobación de los candados que dificultan la participación de candidatos independientes en elecciones poblanas por parte de diputados como Francisco Rodríguez Álvarez o Pablo Montiel Solana, resultan simbólicos.
La organización ya apretó y parece estar pidiendo ya contundentes pruebas de congruencia a lo más granado de sus filas.
No sé si utilizando la defenestración como amenaza o apelando a la congruencia y formación ideológica, pero la medida parece estar dando algunos resultados.
No es casual, por supuesto, que esta súbita demostración de valor y congruencia por parte de este grupo se de en la recta final del sexenio, cuando por cerca de 5 años se mostraron dóciles, sumisos y guardaron un cómplice silencio ante escándalos como el de Chalchihuapan o la prostitución de las instituciones del estado en aras de lograr el encarcelamiento de incómodos opositores al régimen.
Sin embargo, más allá del resultado final y de quién pueda erigirse como triunfador, la alianza Yunque-Moreno valle puede ser utilizado como un curioso caso de estudio en la política poblana.
“Al partido no hay que entenderlo, hay que quererlo”- le dijo a manera de discurso de bienvenida un distinguido militante del PAN nacional a Rafael Moreno Valle, una vez que el hoy gobernador decidiera romper con el PRI ante la imposición de Mario Montero como segundo lugar de la fórmula tricolor que compitió por la senaduría en aquella elección federal de 2006.
Moreno Valle, aún siendo el líder de la mayoría priista en el Congreso del estado, entendió mejor que nadie la cerrazón de la burbuja marinista y la imposibilidad de aspirar a ascender en la política local si se mantenía en las filas del Revolucionario Instiitucional.
En este contexto, comenzó entonces a sacarle provecho a las relaciones estrechas que supo entablar con personajes antagónicos al del poder político local.
Cuando estas relaciones estuvieron lo suficientemente “maduras” como para rendir los frutos esperados, el ex hombre de confianza de Melquiades Morales hizo oficial su rompimiento con el PRI.
Escudado en el escándalo desatado a raíz del caso Lydia Cacho, Moreno Valle se cansó de declarar que su decisión de cambiar de partido no era incongruente.
“Suicidio político”, se aventuró a pronosticar la mayoría.
El escepticismo creció cuando Rafael anunció que competiría por el Senado de la República, bajo las siglas de Acción Nacional, en la elección federal del 2006.
A pesar de que su inclusión en la oferta política del PAN tuvo como consecuencia inmediata el desplazamiento de Ángel Alonso Díaz Caneja, una de las figuras de mayor peso del yunquismo poblano, su candidatura recibió un anticipado certificado de defunción al suponer que el voto duro de la derecha local jamás aceptaría cerrar filas en torno a un perfil “atípico” en comparación con las candidaturas tradicionales que hasta la fecha había impulsado el partido.
A todo esto, la frase de bienvenida de aquel notable y viejo panista, intentaba mostrarle a Rafael la dificultad que supone entender la lógica con la que hacen política partidista los diferentes grupos que existen al interior del blanquiazul y la fatalidad histórica que le había impedido conciliar esos intereses en aras de convertirse en Puebla en un partido de oposición con posibilidades reales de ganar una elección estatal.
En ese tiempo, parecía imposible alcanzar los acuerdos necesarios para perfilar una candidatura que por un lado pareciera congruente con los principios ideológicos de Acción Nacional y a la vez cumpliera con los criterios de rentabilidad electoral para sumar la cantidad de votos suficiente para derrotar al PRI-gobierno.
Históricamente, el grupo que controla al partido en Puebla había preferido privilegiar la meritocracia interna al momento de la designación de sus candidatos a la gubernatura del estado, lo que les permitía mantener intactos sus privilegios y canonjías.
“Perder elecciones, pero ganando el partido”-era la máxima que se aplicaba al pie de la letra, proceso tras proceso.
Sin embargo, a Moreno Valle se le alinearon los astros de la política y logró echar a andar una complicada estrategia de conciliación de intereses que lo llevó a convertirse en el primer gobernador emanado de las filas de la “oposición”
¿Qué factores fueron fundamentales para convencer a los siempre ortodoxos yunquistas de apoyar una candidatura como la de Rafael?
De entrada, Moreno Valle puso a disposición de AN una estructura electoral personal que desde años había creado y mantenido y que lejos de operar bajo los siempre ambiguos criterios ideológicos, su único objetivo era favorecer políticamente al aspirante a senador.
Así, Rafael Micalco, en ese tiempo líder estatal del blanquiazul, permitió que personajes muy cercanos a Rafael se integraran a cargos de responsabilidad partidista en aquellas comunidades en donde históricamente el PAN había carecido de una presencia política importante.
Arrastrado por el antiperredismo detonado alrededor de la figura de Andrés Manuel López Obrador y aprovechando la capacidad de operación electoral de Elba Esther Gordillo, a través del partido del magisterio, Moreno Valle obtuvo un rotundo triunfo en las urnas, derrotando inclusive a su maestro y padrino político, el ex gobernador Melquiades Morales.
Esta fue sólo una probadita de cómo se podría operar una campaña exitosa similar, pero con el objetivo de ganar la gubernatura del estado
Ya adentro del redil panista, Rafael se dedicó a aprender la complicadísima lógica con la que se mueven internamente los diferentes grupos que interactúan en el blanquiazul.
Tejió fino con el entonces líder nacional, Germán Martínez y con personajes cercanos al presidente Calderón, al grado de que, un año antes del proceso interno del PAN para elegir a su candidato al gobierno estatal, se manejaba ya su inminente nominación.
Así fue.
La pinza se cerró con una inédita, pero a la vez exitosa negociación con el impredecible Yunque poblano.
Se establecieron acciones y compromisos, acuerdos y amarres de tal magnitud, que los más altos jerarcas de la organización no dudaron en cerrar filas alrededor de su candidatura.
Posiciones importantes en el próximo gobierno, que les permitan controlar cotos de poder desde donde tejer políticamente para perfilar la candidatura de alguien de “adentro” y que a la vez redunden en un beneficio económico para quienes son parte de los diferentes grupos sociales que funcionan en los hechos como parapetos de la Organización.
Sin embargo, el rompimiento unilateral de acuerdos, las promesas incumplidas y la implementación de un estilo de gobernar mucho más parecido al del priismo extremo, fueron deteriorando inevitablemente la histórica alianza.
El panismo tradicional entendió que no ganó nada en el 2010, que al contrario, lo perdió todo devorado por las feroces fauces del pragmatismo político.
Y lo peor, en Puebla se gestó el inicio del desplazamiento de los auténticos panistas de su propio partido y el inevitable éxodo futuro que los debilitará irremediablemente.
El cargo de conciencia será demoledor.