Dinamitadas las posibilidades de conformar grandes alianzas de partidos, el proceso de mediados de este 2015 parece reducirse a una guerra de estructuras, en donde, a menor asistencia de electores, el partido en el poder aumenta dramáticamente sus posibilidades reales de tener un buen desempeño.
La cantidad y alcance de los escándalos políticos hechos públicos en medios masivos de comunicaciónen los últimos meses, parecen confirmar lo anterior.
Enorme sorpresa causó que la información relacionada a la compra de casas por parte del presidente, su esposa y su colaborador más cercano y de mayor confianza haya logrado salvar el enorme cerco alrededor de la figura de Peña Nieto y su familia, escapando así del alcance del largo brazo de la censura.
Algunas versiones circulan en torno a que el jefe del ejecutivo federal y su equipo de asesores sabían puntualmente de la inminente publicación y no movieron un dedo para evitarla o adelantarse al escándalo, poniendo en marcha una estrategia de control de daños.
“Fuego amigo” —es el veredicto unánime en el cotilleo político de primer nivel.
A la par, al interior de Acción Nacional se ha destapado la cloaca del cobro de comisiones y otras irregularidades cometidas por parte de legisladores y autoridades emanadas de este partido.
Como nunca, el halo de la corrupción ha ensuciado el prestigio de quienes se vendieron como los “puros”, “blancos” y “virginales” de la política mexicana.
Las consecuencias han sido demoledoras en términos de imagen.
La saña ha sido tal que alcanzó ya al centro neurálgico de la “moral” de la derecha nacional.
El video en donde se exhibió a Luis Alberto Villarreal y a otros legisladores panistas de fiesta con “teiboleras” fue un misil enviado con precisión de cirujano por parte de quienes idearon la filtración.
El Partido de la Revolución Democrática puede ser el más afectado por esta estrategia.
El involucramiento del alcalde de Iguala —emanado de ese partido— en la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa evidenció la infiltración del crimen organizado también en gobiernos de la mal llamada izquierda nacional.
Se supo que las cabezas del grupo hegemónico al interior del Sol Azteca, “Los Chuchos”, tenían conocimiento de las ligas de su alcalde con la organización criminal “Guerreros Unidos” y la responsabilidad de José Luis Abarca en la autoría intelectual de la desaparición y aún así no hicieron nada.
Complicidad pura.
Lo mismo sucedió con el hoy ex gobernador Ángel Aguirre Rivero, quien conocía de la acción de criminales en las instituciones de uno de sus municipios más importantes y prefirió volverse cómplice antes de tomar cartas en el asunto.
Su renuncia fue apenas una consecuencia lógica de lo anterior.
A partir de esto, figuras de la talla de Cuauhtémoc Cárdenas o Alejandro Encinas han empezado una sangría de liderazgos de las filas del partido, que todavía no concluye y cuyas consecuencias seguramente serán desastrosas para el futuro perredista.
El hecho también sacudió el núcleo las bases del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
El padrino político de José Luis Abarca, Lázaro Mazón, es un personaje muy cercano a Andrés Manuel López Obrador y tenía en su bolsa ya la candidatura de Morena a gobierno de Guerrero, del que recientemente fue Secretario de Salud.
El súbito crecimiento de Abarca, en lo político y económico, no puede explicarse sin la acción directa y el apoyo de este individuo.
Con todo esto, en el votante potencial se queda con un enorme sentimiento de desilusión hacia los partidos y los políticos.
“Todos son iguales” —es la conclusión a la que llegan con razón quienes desde ahora adelantan que no irán a votar o bien que en pleno uso de sus derechos políticos anularán su voto.
Por cierto, para cerrar el círculo, existen voces que aseguran que detrás de algunos movimientos que invitan a anular el voto se encuentra también la mano de operadores de primer nivel del gobierno federal.
La perversa estrategia camina y empieza ya a dar resultados.
