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En prácticamente tres años de gobierno, tanto el alcalde Eduardo Rivera como el gobernador Rafael Moreno Valle han sumado, aún con sus desencuentros, miles de millones de pesos en la transformación de la infraestructura a la ciudad, pero sus habitantes se sienten tan lejanos de sus beneficios.
Es decir, son obras emblemáticas que hacen lucir a la capital, pero su impacto social es mínimo, por lo que se ensancha la brecha entre miseria y opulencia, como quedó demostrado en el último reporte del Coneval que pone a Puebla en tercer lugar en pobreza.
Recursos existen, voluntad política también, pero algo mal se hace, pues la valoración sobre Puebla desnuda el ínfimo impacto de las acciones de los gobiernos municipal y estatal.
Usted seguro preguntará, ¿por qué el grupo gobernante ganó la elección del referéndum si existe la insatisfacción social por su pobre calidad de vida?
La respuesta se encontraría en dos ópticas:
1.- Las obras morenovallistas buscan la rentabilidad electoral de la transformación hacia el futuro.
2.- Los poblanos prefieren estas acciones de cambio que regresar al pasado que fue peor.
Y entonces se registra un curioso síndrome del ciudadano maltratado por baches, taponamientos viales, inseguridad, falta de oportunidades de empleo y demás, pero se rehúsa a dar la vuelta para regresar a un camino que ya vivió y no le gustó.
Sin embargo, estas reflexiones de ninguna manera deben causar gracia a las autoridades, toda vez que existe una desvinculación entre lo que se ofrece y lo que quiere el poblano para su ciudad.
Moreno Valle quizá pasará a la historia como el mejor alcalde que haya tenido la capital y su zona metropolitana, pues después de Manuel Bartlett ninguna gran transformación había tenido la ciudad.
La insatisfacción social hacia el quehacer de gobierno prende los focos amarillos.
@AleMondras