22-11-2024 10:14:46 AM

Otra cara del primer mundo

ecos24

El proyecto de ley “Matrimonio para todos”, que contempla legalizar en Francia una unión conyugal de parejas homosexuales que incluya la adopción infantil, fue recientemente aprobado en medio de un intenso debate parlamentario y manifestaciones multitudinarias tanto a favor como en contra de dicha legislación.

ecos24No era la primera vez que Francia asistía a movilizaciones semejantes. Baste recordar los embates de la derecha en 1999 contra el Pacto Civil de Solidaridad (PACS), primer paso para el matrimonio gay hoy legalizado, o las incesantes protestas de grupos conservadores contra la contracepción asistida o el derecho de las mujeres a la interrupción voluntaria del embarazo, para calibrar la extensión de la nueva radicalización política de la derecha tanto en las calles como en los recintos parlamentarios.

La novedad este año fue la manera en que la protesta en contra del matrimonio gay, y de modo especial contra la adopción infantil, se fusionó con otras reivindicaciones sociales en el amplio espectro del radicalismo político francés, llegando al punto de confundir en las movilizaciones masivas, a militantes de la ultraderecha y también a jóvenes de la extrema izquierda.

A estos últimos poco interesa la defensa de los valores del cristianismo y la familia. La izquierda ultra se manifiesta en contra del modo en que la izquierda en el poder maneja la crisis económica y su fracaso para generar nuevos empleos. Desde esta óptica, legislar a favor de una extensión de los derechos cívicos de una minoría sexual, sólo puede parecerle algo inoportuno o frívolo, cuando no una afrenta para reivindicaciones populares insuficientemente atendidas.

Para la derecha extremista la agenda social tiene un carácter todavía más urgente. Es preciso combatir la “tiranía socialista”, demostrar que la calle no es territorio exclusivo de la protesta izquierdista, y que el momento es propicio para frenar de tajo una serie de reformas favorables a la libre decisión de la mujer sobre su propio cuerpo y a la disolución, por la dispersión, del concepto matrimonio, antes prerrogativa irrenunciable de la familia nuclear, hoy derecho universal al alcance de las minorías sexuales.

La prioridad de los grupos ultraconservadores franceses es proteger a la familia de las amenazas que, en su opinión, se ciernen sobre ella. Y en esa defensa se recurre a argumentaciones fantasiosas, falacias filosóficas y visiones apocalípticas. Se anuncia, entre varias hecatombes, el colapso de la moral social y del índice de natalidad, la decadencia de las costumbres y un libertinaje desbordado que pervierte a los infantes e impide su desarrollo sano.

El tono ha subido mucho en las últimas semanas, y ha pasado de la vociferación a la agresión abierta, con episodios de ataques homofóbicos en la calle, apedreo de vitrinas de establecimientos gay, intimidación constante contra homosexuales y amenazas de mayores represalias en caso de una victoria del matrimonio para todos.

A los argumentos de la contrarreforma derechista, los colectivos gay responden señalando que la institución del matrimonio es sólida y que su extensión a los homosexuales no podría de manera alguna socavarla, antes bien lo contrario. Y también que al cabo de muchos años de homoparentalidad, múltiples estudios revelan que un niño o una niña son susceptibles de crecer de manera tan saludable en el seno de una familia heterosexual como en el interior de un hogar formado por una pareja del mismo sexo.

Estas precisiones apenas interesan a los grupos radicales de la extrema derecha, apoyados sin rodeos desde el campo de la derecha parlamentaria. El homosexual se ha convertido rápidamente en el chivo expiatorio que es causa directa o indirecta de males sociales más grandes (relajamiento de las conductas morales, laicismo y abandono creciente de la práctica religiosa, renuncia a ideales nacionalistas y a prerrogativas raciales), y como tantas veces en tiempos no muy lejanos de auge de los totalitarismos, la defensa del bien supremo de las mayorías pasa por la negación de los derechos de las minorías.

La derecha soñaba con una contrarreforma moral y amaneció con la divina sorpresa de una efervescencia contestataria en la que finalmente ocupa un primer plano.

*Publicado en el número 202 del Suplemento Letra S del periódico La Jornada el jueves 2 de mayo de 2013 

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