De repente huele el aroma de los tamales recién hechos, fresquitos.
Para él no había nada mejor en el mundo que los tamales que hacía su esposa.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano, baja las escaleras y, dirigiéndose al comedor, empieza a percibir el vapor que lleva el aroma a masa de maíz, carne de cerdo y pollo que desde la cocina emanaba.
Llega hasta la mesa de madera donde se encontraban extendidos los suculentos tamales y toma uno, lo va a abrir para comérselo cuando de repente, ¡madres!, recibe un cucharazo en la espalda.
Se voltea y ver a su mujer con tremenda cucharota de madera en la mano que lo amenazaba:
-¡Ni se te ocurra tragarte uno, cabrón, que son para tu velorio y los tengo contados!-