Por Alejandro Mondragón
Si a un tema apostó Puebla en los últimos años para despegar en el escenario económico fue al mentado nearshoring.
La relocalización es una estrategia empresarial que consiste en reubicar procesos productivos o de servicios a países geográficamente cercanos. Su objetivo es reducir costos, acortar las cadenas de suministro, mejorar la eficiencia logística y la comunicación.
¿Cuál es el Plan B para la economía poblana?
Quizá como en el resto del país: permanecer a la expectativa del estado de ánimo arancelario de Donald Trump.
El problema que es no sólo fue el proteccionismo comercial de Estados Unidos el que dio al traste con esta estrategia que tanto se vendió para Puebla, después del encierro por Covid.
Los problemas estructurales en México, como la inseguridad, la violencia, el “cobro de piso”, la insuficiencia en el suministro de energía eléctrica, el estrés hídrico y la falta de agua.
A ello habría que agregar la presión sobre la infraestructura, especialmente en lo que respecta al suministro eléctrico y las redes de transporte.
Aunque se pretenda negar, la inestabilidad económica y política, así como las reformas en el poder judicial, generaron incertidumbre para las empresas y afectaron las decisiones de inversión en el país.
Y aquí sí, las políticas proteccionistas de Estados Unidos, las amenazas de Donald Trump sobre la imposición de aranceles a productos mexicanos anularon el crecimiento del nearshoring al mermar la competitividad de México como destino de inversión.
Hay que señalar que México se beneficia del nearshoring principalmente en la maquila (ensamblaje de productos) sin generar el valor agregado de la mano de obra en diseño y desarrollo, lo que limitó mayores márgenes de ganancia.
Frente a esta realidad, Puebla enfrenta ooootro desafío: la crisis de producción de Volkswagen y Audi, cuya cadena industrial genera el 85 por ciento de la inversión y empleo.
