Por Valentín Varillas
El nuevo ministro presidente de la SCJN no es, ni de cerca, una posición de la presidenta Claudia Sheinbaum.
Se trata de un alfil incondicional de López Obrador, autor intelectual y operados principal de la reforma la poder judicial.
Hugo Aguilar le debe al ex presidente su formación y crecimiento en la vida pública nacional.
Habrá que darle el beneficio de la duda y desearle que le vaya muy bien, por el bien del país.
Y ya que estamos en eso de los buenos deseos, ojalá que quien a partir de ahora encabezará el máximo tribunal de justicia del país, no imite las formas, los modos y el discurso de su mentor.
AMLO ensayó una narrativa de fractura, división y encono, nunca antes vista en el discurso público.
Aplicó a rajatabla el “divide y vencerás”, con tal de ganarlo todo en lo electoral y sin importarle las consecuencias sociales de semejante estrategia.
Su retórica estuvo plagada de etiquetas, adjetivos y todo tipo de epítetos para quienes fueron un obstáculo –real o imaginario- en la consecución de sus objetivos.
Incluidos, en primerísimo lugar, a los integrantes de aquel poder judicial.
Estos se repitieron hasta la saciedad en cientos de mañaneras.
Como fifís, conservadores, señoritingos, derechistas, golpistas y demás, fueron conocidos quienes se atrevieron a disentir de su mentiroso discurso oficial y de su tramposa visión de país.
El México de hoy se analiza y expresa, como nunca, desde los siempre peligrosos y nada deseables extremos.
Esta realidad inició después del proceso electoral del 2018 y se ha ido agudizando con el paso de los años.
Sería una tragedia que ahora, desde la presidencia de la SCJN y con esos mismos criterios, se vaya a impartir justicia.
El peor de los estrenos para lo que llaman la “nueva era del poder judicial”
Sobre todo en tiempos difíciles como los actuales.
Que sirvan las acciones de Andrés Manuel como ejemplo contundente de lo que nunca, jamás, desde el servicio público y el poder político se debe de hacer.
Que el alumno, en el caso del ministro Aguilar Ortiz, no sólo no supere, sino que no se parezca siquiera al maestro.
En nada, en absolutamente nada.