Por Valentín Varillas
Sorpresa e indignación causa constantemente la conformación de lo que se conoce como “una nueva clase política”.
El eterno cambio de camiseta y, en teoría, de ideología.
Se pone siempre bajo escrutinio el pasado y los antecedentes de quienes se integran a alguno de los dos grandes bloques que componen hoy el sistema de partidos en México.
Lo cierto, es que no hay nada nuevo.
Ninguna realidad que en los hechos sea novedosa o única.
La movilidad de actores y perfiles ha estado siempre presente en la vida pública nacional.
Inclusive, desde aquellos tiempos del régimen de partido único.
Ahí no migraban de colores, logos o siglas, pero dependiendo del grupo hegemónico en turno, se condenaban a seis años de gloria o infierno.
Puebla ha sido un crisol muy claro de lo anterior.
De los tiempos en donde la localía imponía nombres y cargos, se pasó en tiempo récord a la influencia del centro.
Sobre todo, cuando poblanos dieron el salto cuántico y lograron puestos clave en el gobierno de la República.
También, cuando se insertaron con éxito en el círculo íntimo de los presidentes en turno.
El estado llegó a ser moneda de cambio en los grandes acuerdos de gobernabilidad interna.
El movimiento de grupos también se dio de acuerdo a la lógica de calenturas presidenciales que no lograron cuajar.
Historias existen de sobra.
Hace apenas unos días, se llevó a cabo un evento de la “Cátedra Melquiades Morales” en la Universidad Anáhuac.
Estuvo presente Ricardo Monreal y personajes destacados de lo que puede considerarse como la nueva clase política poblana.
Esa que hoy se conforma de perfiles con antecedentes de lo más diverso.
Que fueron y son etiquetados como parte de grupos específicos que hoy interactúan en presente, dejando atrás los enfrentamientos y antagonismos del pasado.
Esto supone la libertad absoluta de sumar a quienes, más allá de ideologías, pueden dar resultados concretos en el ejercicio de gobierno, o bien en la integración partidista de una oferta electoral.
Por eso no hay que indignarse.
Lo que se espantan de que el pragmatismo sea el amo y señor, tienen una memoria muy corta.
Se olvidan que éste ha sido siempre una constante de nuestra vida pública.
Que la política es una montaña rusa y que los bonos de sus protagonistas suben y bajan a una velocidad vertiginosa.
Queda como lección, otra vez, que siempre es prematuro emitir certificados de defunción, basados únicamente en las cada vez más inútiles, estériles y estorbosas filias y fobias.