Por Alejandro Mondragón
Antes de fallecer, Luis Miguel Barbosa entró a aquel cuarto secreto que presumía -en entrevistas con medios- para desempolvar un expediente.
Su gobierno interpuso una denuncia -en la Fiscalía General del Estado- contra el entonces mandatario Antonio Gali Fayad, por el desvío de mil millones en el saneamiento del río Atoyac.
Sí, el mismo afluente que pretenden rescatar de la contaminación, aunque por lo visto sería mejor salvarlo de la corrupción.
Barbosa había documentado cientos de casos probados de corrupción, cuyas carpetas, por cierto ¿dónde están?
Lo que se indagaba en el Atoyac era el dragado y fumigación por más de mil millones de pesos.
Lo gastado en el supuesto dragado fue por 300 millones de pesos, y una fumigación de más de 700 millones de pesos, donde se incluye el tema de los barquitos -contratados por el gobierno panista- que sí existen, pero fue una tecnología inservible.
El contrato por los barcos para limpiar el lirio acuático del Lago de Valsequillo, fueron del orden de los 200 millones de pesos, y que formó parte de las investigaciones que realizó el gobierno de Miguel Barbosa.
Está claro que podrán destinarse miles de millones al Atoyac, pero sólo servirán para que se pierda el dinero público.
Ya sabemos lo que pasó en tiempos del morenovallismo, en los que se gastaron otros miles de millones de pesos para rescatar al río Atoyac y crear una infraestructura deportiva y de recreación.
Familiares, amigos y prestanombres han sido utilizados con factureras en la cloaca de la corrupción del río Atoyac.
“El dinero no huele” es el significado de esa conocida expresión latina del título que, según cuenta Suetonio, Tito le dijo a su padre, el emperador romano Vespasiano, cuando éste le acercó una moneda y le recriminó la pregunta de a qué le olía tras protestarle su hijo que había creado un impuesto a la utilización de la orina en las letrinas de Roma.