Por Alejandro Mondragón
La transición de gobierno en Puebla ingresó a caminos inéditos, en los que predomina el modelo de suma cero.
Nadie pierde. Los gobernadores Sergio Salomón Céspedes y Alejandro Armenta han hecho del proceso entrega/recepción, lo que ni en los tiempos del PRI lograron los mandatarios que provenían del mismo partido.
Todo cupo en el jarrito, porque se supo acomodar. Ni el que llegará quiso imponer, ni en el que se va pretendió heredar.
Ambos están amarrados en un proyecto, el de la presidenta Claudia Sheinbaum, quien ha dada a Salomón y Armenta el mismo trato público, espacio e interlocución.
Atrás quedaron esos procesos de transición, entre Mariano Piña Olaya y Manuel Bartlett, donde al primero le urgía irse porque el segundo iba por él.
O el de Mario Marín con Rafael Moreno Valle. El primero creyó que con sacar las manos de la elección bastaba para el perdón de los pecados.
Y no, con su costalito de rencores, Moreno Valle lo primero que hizo fue lanzarse contra el marinismo, cuyo jefe fue usado como piñata en cada elección, y los suyos correteados por todos los rincones.
Ahora, Salomón y Armenta usan el mismo lenguaje, acuerdan una transición de terciopelo que garantiza una cero persecución de exfuncionarios, como ha ocurrido en otras épocas.
Luis Miguel Barbosa llegó como mandatario en una elección extraordinaria para espantar a toda la clase política con expedientes abiertos y órdenes de aprehensión.
A muchos metió a la cárcel, pero a otros los orilló al exilio.
Esos tiempos, ahora quedaron atrás.
Y, una y otra vez, Salomón y Armenta se encargan de dejaron en claro.