Por Valentín Varillas
Arrasar en una contienda electoral conlleva a un monumental reto: estar a la altura de las enormes expectativas que naturalmente se generan alrededor de un proyecto de gobierno.
Es la legitimidad de facto.
De acciones.
De generar resultados y cumplirle con hechos concretos a todos, más allá de colores y partidos.
Cada uno en el microcosmos que le corresponde.
Poca cosa.
Y esto no tiene nada que ver con la credibilidad del proceso electoral.
Con aquello de que el voto cuente y cuente bien.
Que la llegada al cargo, como reza el aburrido lugar común, sea producto de la tan cacareada voluntad popular expresada en las urnas.
Para nada.
A estas alturas de nuestra vida democrática, ya ni siquiera van de la mano.
La historia nos ha regalado ejemplos de cómo estos dos tipos de legitimidad, resultan mutualmente excluyentes.
Salinas de Gortari, por ejemplo.
Llega al cargo a través del proceso más desaseado y cuestionado del que se tenga memoria.
Incluso peor que aquel del 2006.
No le quedó más que legitimarse a través de muy sonadas acciones de gobierno.
Acabó con el sagrado proteccionismo, dándole forma a una insólita apertura económica.
También tuvo atípicos guiños de apertura política, muy raros en aquella época del régimen de partido único.
Al final, el magnicidio que hizo pedazos su sucesión le cobró factura.
Y la economía nacional, como todo lo demás, se vino abajo.
En Puebla íbamos a tener algo muy parecido en el 2018.
Martha Érika ganó en tribunales la gubernatura, pero en términos de política real, aquí se ensayó uno de los fraudes más escandalosos de la historia.
Ante esta realidad, seguramente hubiera optado por aplicar aquí el “modelo Salinas”.
El destino, siempre caprichoso, nos privó de ver los resultados de semejante experimento político.
Para los ganadores del pasado 2 de julio, esto apenas comienza.
Sus constancias de mayoría no son la bandera a cuadros que les señala la meta.
Al contrario, son un símil de aquel disparo de salida que marca el inicio de una carrera larga, complicada, llena de obstáculos, y que tendrá en las tribunas millones de espectadores listos para aplaudir o repudiar a quienes participan en ella, sin piedad ni misericordia.
En sus marcas…