Por Alejandro Mondragón
A la oficina del entonces secretario de Finanzas y Administración llegaron decenas de tarjetas personales del escritorio del gobernador.
Cada una solicitaba a las áreas de administración de diversas dependencias otorgar contratos de obras y servicios a empresas ya seleccionadas.
Rafael Moreno Valle acudió a Casa Puebla, donde despachaba Melquiades Morales Flores, para corroborar si él había dado instrucciones.
Se confirmó que tales tarjetas sí pertenecían a su oficina, despacho y escritorio. Eran suyas, pues.
Nada más que él no había autorizado nada.
Le siguieron la pista, mediante reuniones con los representantes de las empresas que recibirían las obras y contratos de servicios.
Al final, todo cuadró. El autor intelectual y material de las mentadas tarjetas personales del gobernador era su hijo Fernando Morales Martínez.
Sí, había sustraído de la oficina de su papá, el gobernador, las tarjetas y falsificado su firma.
Exacto, el mismo Fernando Morales, quien hoy milita en Movimiento Ciudadano, y además de dirigente y diputado local es el candidato a la gubernatura.
El que censura a la vieja política corrupta que no deja espacios a las nuevas generaciones, como la de él que robó documentos oficiales para obtener obras y servicios.
Vaya personaje.
Fernando Morales no engaña a nadie. El que Moreno Valle lo haya exhibido con su papá, el gobernador, fue motivo de ruptura y que le haya endilgado el apodo de La Pantera Rosa.
Y en su enojo se haya sumado a la causa de Mario Marín para operar por él en la gubernatura con el entonces líder priista, Roberto Madrazo.
Años después, ya con Moreno Valle de gobernador, Fernando Morales, líder del PRI, entregó el partido y se convirtió en su incondicional, un empleado más.
Sí, el mismo que hoy repudia a la vieja clase política de la que salió y obtuvo prebendas.