Por Alejandro Mondragón
El estilo personal de gobernar ha marcado una distancia notable, entre Sergio Salomón y sus antecesores.
Hace un año llegó a ocupar la silla principal, tras el deceso de Luis Miguel Barbosa.
De la mano dura pasó al diálogo.
La premisa fue clara: cero exclusiones, acercamiento con todos y cada uno de los sectores, y la inclusión como política pública.
El resultado es el reencuentro entre gobierno y sociedad. No hay sobre mesa en la que no se reconozca que se respira en Puebla otro ambiente.
Y tampoco se trata de satanizar al pasado, pero hoy los principales críticos reconocen que Sergio Salomón escucha y cumple acuerdos.
Que tampoco recurre a arrebatos o lanza campaña para golpear a quienes piensan diferente.
Y sólo en un año de gestión. La misma oposición admite que respeta a quienes tienen una visión política diferente a él.
Quienes hoy gozan de la libertad, no forman parte de ataques en medios, y los que lo encuentran en las giras por todo el Estado saben bien que todo cambió para bien.
Y la presencia de Estado para garantizar la gobernabilidad será clave en la próxima contienda electoral, donde habrá enconos y guerra sucia entre candidatos.
Nadie se imagina al hoy gobernador enviado a operadores y pandilleros a robar urnas o secuestrar a opositores para dejarlos en libertad hasta después de la jornada electoral.
Menos que encarcele a adversarios para desmantelar sus estructuras de movilización.
Recuperó simplemente en un año Puebla: la confianza.
Entender que todos caben en un gobierno que incluye, no excluye; que suma, no resta; que respeta, no persigue.
Se dice fácil, pero en el pasado hemos tenido amargas experiencias con estilos autoritarios de gobernar, de quienes poblanas y poblanos sólo se acuerdan para maldecir lo que hicieron y agradecer que ya no están en el poder.