Por Alejandro Mondragón
Es impresionante el ritmo que tomó la sucesión para el 2024. La guerra por Palacio Nacional tiene ya sus repercusiones para gubernaturas, senadores, legisladores federales, alcaldes y diputados locales.
La más importante de todas las consecuencias, es que las candidaturas se resolverán, a partir de números.
Sí, aquellos personajes que garanticen el triunfo se llevarán la mayor tajada del pastel, pues lo único que importa es ganar.
No hay sustituto para la victoria. Los opositores, a la Cuarta Transformación, echarán la carne al asador para llevarse todo lo que se pueda.
El que garantice el triunfo no será él o la que más selfies suba a redes sociales o comparta frases de lo que no es.
Tampoco el que lleva mano por cercanía, ideológica o de amistad.
Se deja correr para que los presuntos/as favoritas, en verdad, tengan los números para ganar.
Escenarios inéditos se viven, que hace dos meses resultaban impensables.
Una vez definido al ganador/a de la candidatura presidencial vendrá la cargada de las estructuras estatales para cobijar a la carta, mientras Andrés Manuel López Obrador se ocupará de la operación cicatriz. Le tocará por entrarle al juego del demócrata.
La sucesión entró en el sube y baja del tiempo real, la inmediatez, de quedar en el radar del imaginario colectivo que se transformará en votante en las urnas.
Una semana de ataques a lo que hace la oposición y su figura más visible para el 2024, Xóchitl Gálvez, lo explica todo.
