18-05-2024 07:13:23 PM

Marcelo y sus cheques al porvenir

Por Valentín Varillas

 

En cada evento público, en cada entrevista con medios masivos de comunicación, a la menor provocación, Marcelo Ebrard promete que aparecerá, a como dé lugar, en la boleta de la presidencial del 2024.

Sea como sea y pase lo que pase.

Hay quienes, a partir de estos dichos y viendo la evidente preferencia que tiene López Obrador por Claudia Sheinbaum, se imaginan al canciller compitiendo por algún partido de la oposición.

Esa oposición huérfana, sin liderazgos competitivos reales en el plano electoral y cuyo eje central de su “proyecto” para intentar competirle a la 4T, es pegarle todos los días al presidente.

Un presidente que se fortalece con cada crítica de sus adversarios y a quien aprueba el más del 60% de sus gobernados.

Pero no se hagan ilusiones.

Es difícil que Ebrard le dé un giro radical a su vida pública.

Que rompa con a quien hoy le rinde cuentas.

Son muchos años de convivencia, de cercanía, y por lo mismo, de saberse muchas cosas.

Marcelo ha declarado también -con una frecuencia obsesiva- que él siempre ha sido el sucesor de López Obrador.

Como si fuera un predestinado que el universo ha designado de antemano para seguir los pasos de su mentor.

Sin embargo, no hay nada de místico en esta referencia.

Se trata de una manera sutil de apelar a una enorme factura que le debe Andrés Manuel y que hasta la fecha no ha podido cobrar en su totalidad.

Fue en la coyuntura de la elección del candidato de la alianza encabezada en ese entonces por el PRD.

El método de la encuesta, faltaba más, determinaría al abanderado.

Los números no eran concluyentes.

En varios reactivos importantes, fundamentales en la decisión del sentido del voto ciudadano, Ebrard le ganaba de calle a AMLO.

En otros, el hoy presidente compensaba con victorias cerradas.

En términos de valoración numérica, Marcelo resultaba, por muy poco, un candidato más competitivo para enfrentar a Peña Nieto, quien gozaba de la operación electoral a su favor desde la presidencia del panista Felipe Calderón.    

Sin embargo, en la secrecía del cuarto de guerra perredista, López Obrador y sus radicales seguidores, amenazaban con romper si no se les daba la nominación.

Ebrard entendió el momento histórico, las potenciales consecuencias de una profunda fractura en el seno opositor y tragando sapos, salió públicamente a validar el proceso de selección llevado a cabo por su partido.

Levantarle la mano al hoy presidente, en esa coyuntura, marcó el inicio del futuro político del país.

De ese tamaño.

Aunque sabía de antemano que la elección estaba ya perdida, para Andrés Manuel era fundamental competir por la presidencia en esta estrategia de ir construyendo la figura del opositor por antonomasia.

De no haber competido en el 2012, el nacimiento de Morena y el fenómeno de los 33 y medio millones de votos simplemente no hubiera sido.

¿Verá AMLO la misma realidad que su canciller?

¿Dimensionará, en su infinita soberbia, lo que su institucionalidad significó para él?

¿Es el hoy presidente un político agradecido, de palabra, que cumpla acuerdos?  

Habría que preguntarle a Carlos Urzúa, Germán Martínez, Irma Eréndira Sandoval, Javier Jiménez Espriú, Santiago Nieto, Julio Scherer, Alfonso Romo, Jaime Cárdenas García y una larga lista de perfiles, en función de lo que vivieron en carne propia, si es probable o no el que López Obrador haga candidato presidencial a Marcelo Ebrard, simplemente porque “se la debe”.

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