Por Valentín Varillas
Le faltaba igualarse con Cárdenas.
Con su discurso anti-hispanista, lo había hecho ya con Hidalgo y Morelos.
A través de una falsa austeridad republicana, con Juárez.
Su supuesta defensa férrea de la democracia mexicana, de la mano del martirologio de haber sido, al igual que él, “el presidente más atacado de la historia”, con Madero.
Y ahora, a través de una compra de activos que el gobierno mexicano pacta con una empresa privada española, nada que ver con una expropiación, Andrés Manuel López pretende mimetizarse en la figura de quien nacionalizó la industria petrolera nacional allá por 1938.
De esta manera se cierra el círculo.
El hoy presidente, en su muy torcida óptica, se sube al pedestal histórico en el que están cada una de las figuras que son parte del logo de su gobierno.
Su famosa Cuarta Transformación de la Vida Pública Nacional.
Envolverse en la bandera nacional y salpicar su discurso del más ramplón de los nacionalismos, ha sido una estrategia altamente rentable en términos de posicionamiento y aprobación a su mandato.
Todavía pega muy hondo en el imaginario colectivo nacional -en pleno siglo 21- la supuesta defensa de la soberanía ante la amenaza de aquellos tiranos extranjeros que pretenden hacerse del control de industria energética nacional.
Esa que es nuestra, que por derecho ancestral nos pertenece, pero que lleva décadas quebrada gracias a los pésimos manejos históricos de quienes por décadas nos han gobernado.
Con la compra, a precio de mercado, de las 13 plantas de Iberdrola, sin duda tendremos una industria eléctrica más mexicana, más nuestra, más pintada de verde, blanco y rojo.
Pero el reto es que se convierta en una más moderna, más eficiente, económicamente rentable y cuya operación tenga beneficios concretos, palpables, medibles, contantes y sonantes para los millones de mexicanos menos favorecidos socialmente.
Si nada de esto pasa, todas las matracas, el confeti y la fiesta independentista y autónoma que se nos ha vendido hasta el cansancio a través del aparato propagandístico oficial, van a ser simple filigrana, adorno inservible, otro vergonzoso capítulo más de nuestro ya de por sí penoso anecdotario nacional.