Por Alejandro Mondragón
En el diccionario del viejo PRI se incorporó la palabra cargada, definida como la adhesión en masa al candidato elegido desde lo más alto del poder.
Su obligación es observar disciplina y un apoyo incondicional, aunque en ocasiones raye en la ignominia.
¿Qué saben aquellos personajes poblanos que se han sumado al proyecto de Ignacio Mier en Morena que no sepamos el resto de los mortales?
El legislador federal, hasta ahora, se ubica en bajos niveles de conocimiento e intención al voto.
Parece que tales factores valen madre, porque cada vez más filo priistas, panistas y perredistas, pocos morenistas, ya se subieron al tren de Nacho.
Lo que comentan algunos de los tripulantes de la nave mierista es que Ignacio a finales del año pasado recibió las palabras mágicas en Palacio Nacional para irse a trabajar Puebla.
¿Será?
En contraparte a otro de los aspirantes, Alejandro Armenta es la hora en que no recibe audiencia en Palacio Nacional y en los actos protocolarios tampoco obtiene el mejor lugar de cercanía con el mero mero.
Lo cierto es que la cargada política por Ignacio Mier alcanzó un ritmo frenético, pues cada reunión familiar se transformó en mitin.
A Fernando Manzanilla, Francisco Ramos, Enrique Doger, Jacobo Ordaz, Clemente Gómez y Luis Antonio Godina habrá que sumar a otros perfiles que salieron del clóset político. Se tuvo que morir Luis Miguel Barbosa para que lo hicieran.
Ahí están los casos priistas y expriistas como Alberto Jiménez Merino, Héctor Jiménez y Meneses, Cupertino Alejo, Carlos Sánchez Romero, Adela Cerezo Bautista, Laura Alicia Sánchez Corro, Miguel Ángel Martínez Escobar, Jonathan Collantes Cabañas y Pericles Olivares Flores, Jesús Vázquez y Wenceslao Herrera Coyac.
De panistas, Juan Pablo Piña Kurzcyn, Guillermo Velázquez Gutiérrez Édgar Salomón Escorza.
Y hasta Emilio Maurer Espinosa.
El pasado persigue a la mayoría de quienes se subieron al tren de Nacho, pero en campaña ya se sabe uno la máxima:
Prometer para meter y una vez metido, olvidar lo prometido.